"Hoy mismo, bajo este
sopor caliginoso en que todos los egoístas de España sólo aspiran a la
siesta, hay pueblos y pueblos españoles abrasados, sin una hoja de árbol
que temple la ferocidad del clima, en los que no es posible beber un
vaso de agua que no sepa a sal o podredumbre. Y nada de eso puede
remediarse a paso conservador (…), sino metiendo el arado más profundo
en la superficie nacional y sacando al aire todas las reservas, todas
las energías, en un empuje colectivo que un entusiasmo formidable
encienda y que una decisión de tipo militar ejecute y sirva. Hay que
movilizar a España de arriba abajo, ponerla en pie de guerra. España
necesita organizarse de un salto, no permanecer en cama como enfermo sin
ganas de curar, entre los ungüentos y las cataplasmas de una buena
administración".
Haz, núm. 7, 19 de julio de 1935
Estáis hartos de política. Pero todo el asco que se
os ha metido en el alma no impide que sigáis en vuestro puesto,
callados y sufridos, bajo la helada y bajo el sol, siendo el soporte
económico de España y la guarda duradera y profunda de sus esencias
espirituales.
Mientras vosotros os extenuáis, acaso, para sacar
tres o cuatro semillas por una, el prestamista descansa en la seguridad
de que vuestro sudor le asegura los réditos; el especulador sabe que
tendréis que venderle la cosecha a cualquier precio para que no se pudra
en las trojes; el cacique cuenta con vuestra esclavitud para especular
en política, y el político os adormece con promesas para encaramarse
sobre vuestras espaldas. Pero ninguno de esos quiere vuestra salvación,
porque su medro depende de que sigáis siglos y siglos como ahora.
Ninguno de ellos quiere la revolución agraria que España necesita.
Lo primero que hace falta es dotar al campo de
mayores recursos económicos. El campo sostiene a la ciudad. Pero la
ciudad, en vez de devolver al campo la mayor parte de lo que ésta
produce, lo absorbe en el sostenimiento de la vida urbana. La ciudad
presta al campo ciertos servicios intelectuales y comerciales, pero se
los cobra demasiado caros Así resulta que lo que vuelve de dinero al
campo, aunque se venden las cosechas, es apenas suficiente para dar de
comer a quienes las recogieron, y, desde luego, insuficiente para
emprender nuevas labores. Así resulta que casi todo el campo español
recibe un cultivo defectuoso, produce escaso y caro y coloca cada año a
los labradores en la misma congoja cuando llega el instante de vender la
cosecha. (…)
Todavía, pese a las reformas agrarias que se
hicieron pasar ante vuestros ojos, hay muchísima gente en España que
vive del campo sin trabajar, que vive de las rentas del campo sin
contribuir en nada a que el campo produzca: cobrando la renta como quien
cobra un impuesto. Hay, por otro lado, muchísima gente que se ve
obligada a labrar durante años, a falta de otra cosa, un terruño seco
que apenas le da para sostener su hambre. Y muchísimas tierras que por
su mala distribución, por mal cultivo o por avaricia de sus dueños,
sostienen a mucha menos gente de la que podrían sostener.
Hay que acabar con eso. Pese a quien pese, sobre la
tierra de España tiene que vivir el pueblo español. Y no sobre toda la
tierra de España, porque una grandísima parte de ella es inhabitable e
incultivable. Es una burla para el campesino elevarle a propietario de
un trozo de tierra pedregosa y estéril. No: donde hay que instalar al
pueblo labrador de España es sobre las tierras buenas, sobre las que hoy
existen y sobre las que se pueden fertilizar con los riegos. España
tiene tierras suficientes para mantener a todos los españoles y a quince
millones más. Sólo faltan hombres enérgicos que lleven a cabo la bella y
magnífica revolución agraria: el traslado de masas enteras, hambrientas
de siglos, agotadas en arañar tierras míseras, a los anchos campos
feraces.
Para esto habrá que sacrificar unas cuantas
familias. No de grandes labradores, sino de capitalistas del campo, de
rentistas del campo; es decir, de gente que, sin riesgo ni esfuerzo,
saca cantidades enormes por alquilar sus tierras al labrador. No
importa. Se las sacrificará. El pueblo español tiene que vivir. Y no
tiene dinero para comprar todas las tierras que necesita. El Estado no
puede ni debe sacar de ningún sitio, si no es arruinándose, el dinero
preciso para comprar las tierras en que instalar al pueblo. Hay que
hacer la reforma agraria revolucionariamente; es decir, imponiendo a los
que tienen grandes tierras el sacrificio de entregar a los campesinos
la parte que les haga falta. Las reformas agrarias como la que rige
ahora, a base de pagar a los dueños el precio entero de sus tierras, son
una befa para los labradores. Habrán pasado doscientos años y la
reforma agraria estará por hacer.
Todo depende de vosotros, labradores. De que
sacudáis de una vez vuestra fe en políticos, en charlatanes y en
panaceas llegadas del Parlamento de Madrid.
Levantar la vida del campo es levantar la vida de
España. Nuestra patria espera el instante de un gran resurgimiento
campesino, que será la señal de su nueva grandeza.
Jose Antonio Primo de Rivera
Arriba, núm. 18, 7 de noviembre de 1935
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