El Banco de España ha descubierto la pócima mágica para salir de la
crisis: bajar los salarios. Dicha sugerencia, como era de esperar, ha
encontrado pronto eco en la CEOE, cuyo presidente Rossel ha asegurado
que la medida contribuiría a recuperar la confianza del país.
Pero conviene matizar ¿de qué confianza habla y a qué país alude
Rossel? ¿A la España trabajadora y contribuyente que no ha dejado de
perder derechos en los últimos años, y que sobrevive como buenamente
puede? ¿O a esa otra España, de naturaleza parasitaria que, superpoblada
de políticos, sindicalistas y patrones, gracias a los impuestos que
paga la primera sigue conservando todos los privilegios adquiridos?
Para muchos, la cosa no tiene vuelta de hoja: son los de siempre
diciendo lo de siempre. Y puede que no les falte razón. Hace quince años
cuando España iba bien, ya Aznar recomendaba moderar los salarios para
seguir mejorando. A tal punto se siguieron sus directrices que en 2005,
esto es, antes de que la crisis irrumpiera en nuestro país, el 58% de
los asalariados cobraba menos de 1.100 euros al mes.
Si tal propuesta resultaba válida en época de vacas gordas, era de
esperar que lo fuera también en la de las flacas. Y así fue. De acuerdo
con los datos facilitados por el INE, el salario más común ronda hoy los
941 €, es decir, por debajo de la pensión media de jubilación, situada
en 951 €. Solo Grecia y Portugal están peor que nosotros.
Teniendo en cuenta que a la reducción masiva de salarios se le suma
un incremento, casi confiscatorio, de los impuestos directos e
indirectos, y que las facturas domésticas no han dejado de subir, en
algunos casos hasta niveles escandalosos, es normal, que el desahucio se
haya convertido en el pan nuestro de cada día.
En un contexto tan extremo no parece posible que la goma pueda
estirarse mucho más, en cuyo caso cabe preguntarse por qué las clases
dirigentes insisten; lo razonable sería suponer que en un momento dado
terminará por romperse. ¿Qué sucederá entonces?
Nada en absoluto. Soy poco dado a teorías conspiratorias, pero me
temo que quienes manejan los hilos son plenamente conscientes de esta
realidad. No en vano, son ellos quienes la han generado. En apenas
cuatro décadas, España ha pasado de ser un país donde producción y
turismo convivían en armonía, a ser el referente del sector servicios en
Europa, con la consiguiente precariedad laboral; de no tener
inmigración, a ser nación europea que mayor número de inmigrantes ha
absorbido en los últimos tres lustros, con el natural descenso salarial;
había que romper los lazos sociales e identitarios que daban cohesión a
la sociedad, y la casta los rompió, alentando un individualismo extremo
merced al pensamiento único progresista al que dieron alas una
izquierda ferozmente extremista y una derecha aggiornada que,
renunciando a la batalla de las ideas, desahució sus referentes
ideológicos. Desaparecido el modelo comunitario todo resultaba más
fácil. Aunque aún se hacía preciso inocular las mentes. Y lo
consiguieron a través de un sistema educativo únicamente eficaz a la
hora de penalizar la libertad de pensamiento, encorsetando así la
libertad de expresión.
Hoy, gracias a esta ingente labor de ingeniería social, los españoles
somos más débiles, más pobres y más sumisos, esto es, el sueño de toda
tiranía. Sin embargo, no les basta. Quieren más. O nos resignamos, o
despertamos. Poco más.
Oscar Rivas
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