Este martes se celebra la festividad de San Jorge. No se sabe si realmente existió, pero aun así es uno de los santos más venerados
en España y el resto de Europa. Cuenta la leyenda que fue un soldado
romano de Capadocia, en la actual Turquía, que sirvió al emperador Diocleciano
y liberó a una antigua ciudad libia de las fauces de un terrible y
pestilente dragón. Roma perseguía por entonces a los cristianos, y como
San Jorge confesó que lo era fue torturado y decapitado por orden del
gobernador Daciano.
Se cree que, de existir, pudo haber vivido entre los años 275 y el 23
de abril de 303. La fecha de su muerte, que coincide con la del día del libro, marca la onomástica del mártir.
El uso de los símbolos que representan al santo, la cruz roja sobre fondo blanco y el caballero clavando su lanza al dragón,
está muy extendido en la heráldica europea. San Jorge es el patrón de
Cataluña y de Aragón, pero también de Portugal, Inglaterra, Georgia,
Rusia y de otras muchas ciudades, regiones y países del continente. La
cruz del santo forma las banderas de Inglaterra y Georgia, y protagoniza
los escudos de Londres, Milán, Barcelona y Almería, entre otras muchas
ciudades de Europa. Además, la escena del soldado romano matando a la
bestia forma parte de los blasones de Aragón, Rusia y Georgia.
La popularización de la historia de San Jorge es paralela a la de «La leyenda dorada», del beato Santiago -o Jacobo- de la Vorágine. Este dominico italiano, que fue arzobispo de Génova en el siglo XIII, reunió en la obra la colección más importante de vidas y leyendas de santos,
entre otras, la del que nos ocupa. No se trata de un libro de historia,
no es una pieza muy «científica», porque lo único que perseguía De la
Vorágine era impulsar la religiosidad de los fieles de la época.
Según cuenta el beato, San Jorge llegó a una ciudad libia
llamada Silca cuyos habitantes vivían atemorizados por un enorme y
pestilente dragón que se escondía en un lago cercano. Los lugareños
echaban al día dos ovejas al lago para que el monstruo se alimentase con
ellas, pero cuando le faltaba comida, la bestia se dirigía a la ciudad y
contaminaba el aire con su hedor, provocando así la muerte de muchas
personas. Llegó el momento en que casi no quedaron ovejas en la ciudad, y
sus habitantes decidieron alimentar a la criatura con doncellas elegidas por sorteo.
Poco a poco se fue despoblando Silca, hasta que el azar escogió a la
hija del rey. El monarca ofreció todas sus riquezas para salvar la vida
de la joven, pero sus súbditos le amenazaron con matarlo si no la
entregaba a la nauseabunda bestia.
De la Vorágine cuenta que cuando la chica estaba a punto de
ser devorada por el dragón, el santo, montado en su caballo, clavó su
lanza a la criatura. Con la bestia malherida, San Jorge ordenó a la
joven que la atase como si fuese un perro, y soldado y doncella llevaron
al monstruo a la ciudad. Allí, San Jorge pidió a los lugareños que se bautizasen,
y después de que estos lo hiciesen terminó de dar muerte a la terrible
criatura. Como ya hemos contado, más adelante, el santo se negó a
rechazar ante las autoridades romanas su fe cristiana, y por esta razón
fue torturado y decapitado, convirtiéndose así en mártir.
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