lunes, 22 de abril de 2013

Por el derecho a la diferencia, contra el racismo

El racismo no puede definirse como la preferencia por la endogamia, que es algo que procede de la libre elección de los individuos y los pueblos (el pueblo judío, por ejemplo, debe su supervivencia al rechazo del matrimonio mixto). Ante la inflación de discursos simplificadores, propagandísticos y moralizantes, es preciso volver al verdadero sentido de las palabras: el racismo es una teoría que postula ya sea que entre las razas existen desigualdades cualitativas tales que podría distinguirse entre razas globalmente "superiores" y razas globalmente "inferiores", ya sea que el valor de un individuo se deduce enteramente de su pertenencia a una raza, o ya sea que el hecho racial constituye el factor central que explica la historia humana. Estos tres postulados han podido ser defendidos conjuntamente o por separado. Los tres son falsos. Si es verdad que las razas existen y que divergen respecto a tal o cual criterio estadístico aislado, no hay entre ellas diferencias cualitativas absolutas. Por otra parte, no existe ningún paradigma que determine a la especie humana y que permitiera jerarquizarlas globalmente. Finalmente, es evidente que el valor de un individuo reside ante todo en sus propias cualidades.
El racismo no es una enfermedad del espíritu, engendrada por el prejuicio o por la superstición "premoderna", como nos dice esa fábula liberal que remite a la irracionalidad la fuente de todo mal social: el racismo es una doctrina errónea, históricamente fechada, cuyo origen se ha de buscar en el positivismo científico, quien pretende medir "científicamente" el valor absoluto de las sociedades humanas, y en el evolucionismo social, que tiende a describir la historia de la humanidad como una historia unitaria dividida en diversos "estadios", cada uno de los cuales corresponde a las diferentes etapas del "progreso" (y donde determinados pueblos serian, provisional o definitivamente, mas ‘avanzados" que otros).
Frente al racismo, hay un antirracismo universalista y un antirracismo diferencialista. El primero conduce indirectamente a los mismos resultados que el propio racismo que denuncia: al ser tan alérgico como este último a las diferencias, el antirracismo universalista no reconoce de los pueblos más que su común pertenencia a la especie, y tiende a considerar sus identidades específicas como transitorias o secundarias. Al reducir lo Otro a lo Igual, en una perspectiva estrictamente asimilacionista, resulta incapaz, por definición, de reconocer y respetar la alteridad por si misma. Por el contrario, el antirracismo diferencialista, en el que se reconoce el GRECE, considera que la humanidad es valiosa por su irreductible pluralidad. Así él se esfuerza en otorgar un sentido positivo a lo universal, no contra la diferencia, sino a partir de ella.
Para nuestra corriente de pensamiento, la lucha contra el racismo no pasa por la negación de las razas ni por la voluntad de fundirlas en un conjunto indiferenciado, sino por el rechazo simultáneo de la exclusión y de la asimilación. Ni apartheid, ni melting-pot: aceptación del otro en tanto que otro, en una perspectiva dialogante de mutuo enriquecimiento.
Alain de Benoist 
Charles Champetier 
 "Manifiesto para el Renacimiento Europeo"

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