Hay quien dice
que, en ocasiones, el gesto es lo único que queda. Si es así, el de Dominique
Venner, que eligió quitarse la vida el pasado martes en la Catedral de
Nôtre-Dame de Paris, fue el aldabonazo a una trayectoria vital marcada por
Europa.
La llama de Esparta que ardía en él no eligió el templo
parisino por casualidad para apagarse. El historiador que era Dominique Venner
lo expresó en su carta de despedida: Notre-Dame enlazaba con la propia
identidad de Europa con un hilo que corría desde el antiguo lugar de cultos paganos
a una de las más bellas catedrales del Viejo Continente.
Ahora, fallecido, es cuando aflora una mayor preocupación
por el gesto, el de su propia muerte, en sus escritos y reflexiones de los
últimos meses: el valor de lo simbólico. Quienes le conocían coinciden en el
mismo juicio: permaneció fiel a sí mismo hasta el final. ¿Murió como protesta
por la legalización de los matrimonios homosexuales? Pese a su crítica a los
mismos, sería reduccionista quedarse en ello. Lo ha explicado su editor,
Pierre-Guillaume de Roux: la preocupación de Venner iba más allá.
La batalla de París
Su desvelo era la decadencia de una Europa desarraigada,
masoquista consigo misma y a la que consignaba una fecha de inicio de su caída
en picado: el asesinato del archiduque Francisco Fernando y su esposa en
Sarajevo el 28 de junio de 1914. Los disparos de Gavrilo Princip generaron unos
mecanismos que acabaron en la primera guerra civil europea, de la que el Viejo
Continente nunca más se recuperaría.
Combatiente durante dos años en Argelia tras haber pasado
por la Escuela Militar de Rouffach, Venner llegó a la conclusión de que la
batalla no se ganaría en el djebel, sino en París. Fueron años de militancia
activa y dura, años en los que la traumática descolonización marcaría a toda
una generación que fluctuaría en el nacionalismo. Sin el contexto de la época,
con el conflicto argelino y el Mundo bipolar, no se comprenderían algunas
actitudes. Su defensa de la permanencia europea en Argelia a todo coste le
llevó a conocer las celdas de la Santé. No fueron buenos momentos para quienes
se integraron en las redes clandestinas de apoyo a la Organisation Armée
Secrète (OAS).
Hoy día es fácil calificar con trazo grueso aquello pero
¿quién recuerda que uno de los primeros grupos civiles contra el FLN en Argel
estaba compuesto por conductores de trolebús sindicados y con ideas de
izquierda? ¿Se puede olvidar que uno de sus activistas, Jean-Claude Pérez,
contó entre sus hombres con excombatientes de las Brigadas Internacionales y
republicanos exiliados o descendientes de éstos? Sin olvidar que hoy día nadie
discute a Jean-Paul Sartre pese a haber prologado a aquél apóstol del racismo,
Frantz Fanon, con su frase de “matar a un europeo es matar dos pájaros de un
tiro: suprimir a la vez a un opresor y a un oprimido”.
Fueron años complejos donde los barbouzes –los siniestros
parapoliciales encargados de la represión– del presidente De Gaulle eran
asimilados con la Gestapo y la OAS, dirigida por militares que había combatido
contra los alemanes en la Segunda Guerra Mundial o padecido sus campos de
concentración, hacía un guiño con sus siglas a una de las agrupaciones de la
Resistencia francesa, la Armée Secrète. Una Resistencia, por cierto, que como
señaló Venner en una de sus obras más polémicas, comenzó de la mano de la
derecha germanófoba, y no de un PCF rendido a los encantos del Pacto
Ribbentrop-Molotov.
Legión Extranjera
Para Venner el final de su aventura política terminó a
finales de los años sesenta del pasado siglo. Sin él sería difícil entender la
eclosión de la escuela de pensamiento denominada Nueva Derecha. Pero lo suyo,
desde entonces, fue la escritura y la reflexión. Su obra sobre la guerra civil
rusa fue coronada por la Academia Francesa y su pasión por la caza le llevó a
compartir amistad con François de Grossouvre, consejero de François Miterrand,
que más tarde se suicidaría en su despacho del Palacio del Elíseo. El calado de
su obra y ensayos históricos le ganó el respeto de historiadores tan reputados
como François-Georges Dreyfuss o uno de los mayores expertos en Napoleón, Jean
Tulard, que no dudaron en colaborar en La Nouvelle Revue d’Histoire que fundó
en 2002.
No resulta tan curioso, sin embargo, que fuese un admirador
crítico de Ernst Jünger, con el que mantuvo relación. Como él, siendo
adolescente intentó alistarse en la Legión Extranjera francesa, viendo su
decisión frustrada por su padre. Ambos compartieron, en conflictos muy
diferentes, su experiencia guerrera -de la que jamás renegaron-, un interés
intelectual y una evolución de la política al ensayo.
“Nosotros, camaradas, podemos mostrar nuestras heridas”, le
escribió el propio Jünger tras la lectura de sus Memorias, Le Coeur rebelle. El
“corazón rebelde” de Venner nunca ocultó su admiración por el anciano, al que
definió como un “arquetipo europeo, desaparecido de forma provisional, por el
que quizá subsista una secreta nostalgia”, aunando al escritor con el joven
oficial de tropas de asalto de la Primera Guerra Mundial
“Por su vida, el antiguo soldado ofrece el modelo de una
nobleza de comportamiento de la cual todo joven europeo podría servirse como
referencia en el futuro. También ha trazado en su obra las pistas de lo que
será un futuro en ruptura con lo que nos fue impuesto por el siglo de 1914”,
escribió Venner sobre el alemán en uno de sus ensayos. Era la mejor definición
de sí mismo, apóstol estoico de la “plus longue memoire” y apasionado de El
caballero, la muerte y el diablo de Alberto Durero.
Breviario para insumisos
Pocas horas después de su muerte el editor Pierre-Guillaume
de Roux confirmaba que Dominique Venner había dejado una obra póstuma con visos
de testamento vital que aparecerá en junio con un título definitorio, ‘Samurái
de Occidente. Breviario para insumisos’, que recuerda al gesto de Yukio
Mishima, al del joven Alain Escoffier pegándose fuego ante la oficina de
Aeroflot en París para protestar contra la dictadura soviética o al de otro
escritor, Henry de Montherlant, apasionado del mundo clásico romano que, al
quedarse ciego, se quitó la vida.
“Habiendo inventado un personaje lleno de valentía y
resplandor, terminó por tomarlo para sí y lo ajustó hasta el final”, escribió
de él el estadounidense Julien Green. El valor del gesto y de ser fiel a sí
mismo.
Manuel Ortega para Intereconomía
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