viernes, 3 de mayo de 2013

El olvido inmerecido

Todavía recuerdo aquella tarde en la que entre por primera vez en contacto con Ramiro de Maeztu. Hacia otra España, regalo de un familiar, llego a mis manos como podría haber llegado cualquier otra obra de cualquier otro autor. Hoy, día de festejos en la Villa y Corte del Reino, en mi estantería he vuelto a encontrar aquel libro que la impredecible Fortuna tuvo a bien poner en mis manos. 
Ramiro de Maeztu fue un escritor, periodista y diplomático español, miembro de la Generación del 98. Nacido en Vitoria, de él es bien conocida su vida, las desgracias que desde su más tierna infancia le asaltaron (quedo huérfano de padre siendo jóven y su familia se arruinó), y su obra. Sin embargo poco se comentan las circunstancias que rodean a su muerte, circunstancias que en los libros de texto no se suelen nombrar.
Al inicio de la Guerra Civil, Ramiro, traidor para la izquierda, fue detenido. Su falta, grave donde las haya, no fue sino recordarnos una vez más el significado del término Hispanidad, perfectamente ilustrado con aquel: “España se salvará con todos sus hermanos o perecería con ellos”. 
Fue en la prisión de Ventas, donde compartió celda con otro Ramiro, de apellido Ledesma Ramos, y juntos, también compartieron su trágico destino. El 29 de Octubre de 1936, ambos fueron fusilados en Aravaca. Sin embargo, antes de morir, nos regaló una última perla de su sabiduría. Dirigiéndose al pelotón de fusilamiento, les dijo:
 “Vosotros no sabéis por que me matáis, pero yo si por lo que muero: porque vuestros hijos sean mejores que vosotros”
Y aquí seguimos, casi 80 años después, y ni los hijos, ni los nietos, hemos sabido ser mejores que nuestros antepasados. La prueba, que grandes hombres como él hayan caído en el olvido. Sus palabras no interesan, no interesa enseñar que hubo mentes brillantes, grandes intelectuales de ambos bandos que perecieron bajo la ignorancia de unos pocos. Interesa más dividir, adoctrinar, politizar, interesa enfrentar, interesa crear buenos y malos.  
Desde aquí, este donde este, sólo puedo agradecerle ese último regalo, entre muchos otros, que nos hizo a los que tanto tiempo después moramos en esa Hispania, cada día más alejada de lo que él deseaba para nosotros. Espero que allá donde haya ido, las cosas estén mejor, maestro.

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