lunes, 1 de abril de 2013

La Revolución Tradicional

Frente a los que claudican bajo la Modernidad porque es el presente, sin saber aprender del pasado y mirar hacia el futuro, contra los que han renunciado al restablecimiento de un régimen basado en el Orden Natural, frente a los que ponen su alma en las obras de los hombres, sin tener en cuenta la fuerza esencial de la Verdad y la debilidad intrínseca del error, nosotros, los que no renunciamos a nada, propugnamos un principio: La Revolución Tradicional. 


Revolución

Somos revolucionarios porque nuestro rechazo es contra la esencia, la naturaleza profunda del Sistema. Lo que propugnamos es un cambio total en profundidad de las estructuras actuales, un mundo distinto; ni siquiera económica, social y cultural, sino que propugnamos un cambio de las propias raíces de nuestra civilización que traiga el Hombre Nuevo del Cristianismo.

No somos reformistas, porque propugnamos la transformación radical del Sistema y no creemos que una lenta evolución pueda traer la restauración del Orden Natural. Vivimos en un mundo podrido desde las raíces, que no puede ser podado, sino que debe ser arrancado. Nunca va a dar frutos sanos, sino que ha podrido cada injerto de ramas de buen árbol que se le inserten.

El Mundo Moderno no es pagano, ni ateo, sino apóstata. Es un mundo que no desconoce a Dios, sino que lo niega, incurriendo en el pecado contra el Espíritu Santo, el “Odium Dei”, el único que no es perdonado. Es un mundo que se niega a la Salvación de Dios y que no merece ser salvado. 

No somos conservadores, porque poco o nada queremos conservar de lo que hay. El conservador es el liberal mojigato que acepta los fundamentos del liberalismo, pero que no se atreve a llevarlos hasta el final. No quiere que la Patria se subvierta más, pero tampoco quiere renunciar a ninguno de los pasos dados hasta ahora por el materialismo. Es el mantenimiento del “status quo” actual, porque en él están sus privilegios económicos burgueses. Son los que en palabras de Mella “levantan tronos a las premisas y cadalsos a las conclusiones”.

No somos reaccionarios porque nuestra revolución no toma como punto de referencia el sistema contra el que lucha, sino que nuestra seña de identidad está en la Verdad y no en la reacción contra lo que hay. Tampoco incurrimos en el nihilismo revolucionario de la “revolución por la revolución”, porque nuestro motor no es el odio, ni la envidia, sino la fe en un proyecto.

No estamos ni a favor ni en contra de la “burguesía” o del “proletariado”, ambos harina del mismo costal, porque no hay más diferencia entre ellos que el tener o no tener. No creemos en la lucha de clases, sino en el amor al prójimo. Estamos tan lejos del egoísmo de la derecha, como de la envidia de la izquierda.
No nos consideramos contra revolucionarios, porque éstos se quedan a mitad de camino: rechazan la Revolución Anticristiana, pero no llegan a propugnar la Revolución Cristiana. Son una simple negación, mientras que lo nuestro es una afirmación.

Tampoco somos fascistas ni nazis, ni nacional-revolucionarios, nihilistas, bolcheviques o socialistas, todos hijos de la modernidad, porque no somos inventos de la verdad, ni creemos en la validez de las ideologías, sino en el valor de la Verdad, que es la que nos hace a nosotros y nos tiene, no nosotros a ella.

Tradicional

Nuestra revolución no es un fin sino un medio. No luchamos por destruir, sino que destruimos para construir. La destrucción es accidental, la construcción esencial.

Creemos en la existencia de unas verdades absolutas, que la verdad es la misma por encima de los siglos y las fronteras. El hombre alcanza la Verdad mediante la razón y la Revelación de Dios. La imperfecta naturaleza del hombre necesita la guía de la Iglesia Católica para no desasirse de la Verdad. Todo ese conjunto de verdades, fruto de la experiencia de los siglos iluminados por la luz de Cristo, transmitidas generacionalmente, es lo que constituye la Tradición.

La finalidad de nuestra revolución es restaurar la Tradición, el establecimiento de un sistema total basado en el Orden Natural, inundado por el Sobrenatural. Desborda lo que es un simple proyecto político para entrar en lo que es una civilización distinta, con un sistema de valores que nada tiene que ver con el actual. Es otra sociedad, otra mentalidad, otro estado, otra cultural, otro mundo.

No aspiramos a la utopía irreal, sino que nuestro proyecto político-social se fundamenta en la naturaleza del hombre y en el legado de la historia. Es el Mundo Moderno el que se rige por criterios irreales y absurdos, funcionando como una maquinaria antihumana.

En primer lugar, la Revolución Tradicional pretende recuperar la cosmovisión teocéntrica del mundo y de la vida. Afirmamos que lo político debe estar subordinado a lo religioso, lo social a lo político, y lo económico a lo social. Siempre ha sido así en todos los siglos, en todas las culturas, menos en el occidente moderno. Nuestra aspiración es un mundo donde el amor al prójimo, la caridad, la verdad, la justicia... todas las virtudes católicas, sean los motores sobre los que se impulsen las relaciones humanas.

Fruto de nuestra Fe, es el amor a la Patria. Es el prójimo en sentido amplio, los nuestros, los que comparten nuestras costumbres, nuestro suelo, nuestra sangre, nuestra historia, los inmediatos, la gran familia de las familias. Luchamos por la unidad, grandeza y libertad de la España cristiana, que sentimos como parte de nosotros mismos y de la que sabemos que también somos parte.

De la fe en Dios y del amor a la Patria viene nuestro deseo de una sociedad justa, donde todo el prójimo tenga una vida digna, donde el Estado sea el padre que vela por el Bien Común y la sociedad viva en el justo equilibrio entre autoridad y libertad, Creemos en una economía para el hombre y no que el hombre sea para la economía. Por tanto nuestra revolución va dirigida contra el Capitalismo, el Socialismo y cualquier otra forma de materialismo o economicismo.

Compromiso

El revolucionario de la Tradición sabe que la fuerza de un arma está en el brazo que la sostiene, la del brazo en el corazón, la del corazón en el alma y la del alma en Dios. Hay, por tanto, una subordinación del conocimiento a la fe, de la voluntad al conocimiento y de la acción a la voluntad. Fe, conocimiento, voluntad, acción... ese es el orden jerárquico.

Despreciamos la acción por la acción, radicalismo gamberril ideopatológico, tanto como la formación por la formación, escapismo intelectual autocomplaciente. Intentamos vivir el equilibrio entre acción y contemplación, aprender la formación para la actuación, la única esencial entre doctrina y lucha.
El revolucionario de la Tradición se sabe Cruzado, pero sabe que la auténtica lucha empieza dentro de uno mismo. Antes de romper las cadenas que aprisionan la sociedad, tiene que romper las que le encadenan el bolsillo, de la vanidad, de los testículos, del estómago, del odio... El combate es una forma de ascesis, una oportunidad de superarse, un estadio elevado de la vida y un conocimiento profundo de la realidad. El Cruzado vive en la libertad y la Verdad con la mirada puesta en lo eterno, sabiendo que el mundo es un sueño pasajero y la modernidad su enemiga.

No aspiramos a la victoria a cualquier precio. Toda lucha justa está subordinada a una ética y es mejor una derrota digna, porque lleva dentro la semilla de una victoria futura, que la victoria por medios inmorales, que por romper en la práctica las creencias propias lleva implícita la propia autodestrucción. La victoria indigna es el triunfo de las personas, pero la derrota esencial de las ideas.

La nuestra es una obra de amor. No nos mueve ni el odio ni la ambición, sino el amor a Dios, a la Patria, al prójimo. Por amar amamos hasta a nuestros enemigos, que compadecemos y aunque no despreciamos, sí combatimos. Sentimos el orgullo de nuestra lucha pero somos humildes, porque sabemos que la victoria será de Dios, no de nuestros méritos y cuando vemos un mundo podrido vemos reflejadas nuestras miserias. Podríamos haber sido como nuestros enemigos, pero la elección de los privilegiados que luchan es de Dios, no nuestra.

El luchador de la Revolución Tradicional es tradicionalista y revolucionario, que no son términos contrarios, porque en la Tradición está la doctrina y en la lucha nuestra revolución.

Revolucionarios por nuestra vida, tradicionales por nuestras ideas: Esa es la Revolución Tradicional.


"Revista Esclat"

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