"Los que pretenden crear, por decirlo así, ex nihilo, «la nueva
España»; construir, por un acto de voluntad entusiasta, la forma de un
nuevo Estado, imitado del extranjero, desconocen una de las verdades
absolutamente fundamentales, tanto para el hombre individual, como para
las naciones. Y es que, paradójicamente, es en el pasado donde se
encierra la sustancia espiritual del porvenir.
Si miramos al mundo con ojos cargados de espacio, la
materialidad de nuestra propia vida nos oscurece la primacía de lo
espiritual. Pero lo efímero de la materia y la necesidad existencial del
espíritu se destacan con caracteres impresionantes si miramos al mundo
con ojos de tiempo.
Toda vida espiritual, toda cultura que valga la pena vivirse es un
trascender del tiempo material, negativo y destructor, al tiempo
espiritual, a la eternidad; que no es un «no tiempo» de inmutabilidad
vacía, sino un tiempo positivo infinitamente valioso, concentrado y
activo, reflejo inmortal del acto puro.
Sólo en lo espiritual adquiere, pues, la vida, contra el tiempo
material, caracteres de necesidad y de absoluto. Pero la vida del
espíritu, tanto en los individuos como en las naciones, es una creación continua, una creación de futuro. En esta creación, que no puede ser ex nihilo, la parte formal es lo ético, lo jurídico. La parte sustancial es la personalidad espiritual desarrollada, en el individuo en su memoria, en las naciones en su tradición. Es el pasado el que nos da carácter, el que nos hace persona individualmente; y, colectivamente, el que nos hace nación.
De aquí el error de los sistemas racionalistas, revolucionarios,
únicamente formales, que prescinden de nuestro pasado tradicional y
reemplazan la sustancialidad personal y espiritual de la nación por una
sustancialidad abstracta, irreal, arbitraria.
Hay mucha más sustancia nacional en cualquier tradición espiritual que en toda la materialidad de la Nación o Estado.
En otros términos: se es tradicionalista, no por gusto, sino porque
no hay más remedio que apoyarse en nuestra propia sustancia, en nuestra
personalidad espiritual, contenida en nuestro pasado. No hay opción. Hay
que ser tradicionalista si se quiere meramente ser".
José Pemartín
"España como pensamiento"
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