jueves, 22 de noviembre de 2012

Inflamables

Estaba yo conversando con un amigo sobre los ires y devenires de esta tierra nuestra, de sus gentes y sus costumbres cuando, entre crítica y reprobación, le escucho utilizar ese dicho tan español de que vivimos en un “país de pandereta”, que utilizaba en referencia a que, para la gente de aquí, lo único importante es la fiesta. Y más tarde, encontrándome ya a solas, me dio por reflexionar sobre lo arraigada que tenemos las buenas gentes de por aquí esa España de sol, sangría, playita y flamenco; esa imagen de que quien representa mejor nuestro espíritu español son la comunidad gitana, la comodidad y los excesos. Y lo siento mucho por los gobiernos, por los “guiris”, por la industria hotelera y hostelera que se saca buenos dineros de esta “marca España” tan manida como ridícula, pero yo no nos siento así; no somos así. Los españoles sólo tenemos que mirar un poco hacia atrás, y tratar de leer un poco sobre nuestra historia, en vez de verla en la televisión, para llegar a la conclusión de que el traidor D. Francisco Franco Bahamonde y su capitalismo encubierto fueron los que propiciaron que nuestros abuelos se tragaran la idea de que lo mejor que podemos sacar de las gentes hispanas es una fiesta con sangría y una playa abarrotada de tripudos y abuelas pellejas. ¡Qué bien le vino a este señor presentarnos al resto del mundo de manera tan rancia y despreciablemente alegre, para que él pudiera volver a tener amigos en el ámbito internacional! Tan bien lo vendieron en los medios de comunicación, que nosotros mismos, cegados por la vida fácil y relajada, nos lo creímos al instante, adoptando absurdas ideas como tradición de toda la vida.
 ¿Dónde han quedado el espíritu del trabajador de sol a sol en sus cosechas y su ganado para su familia? ¿Dónde queda el espíritu del pícaro, que lucha con la vida de manera astuta e ingeniosa y aunque casi siempre pierda no se rinde? ¿Dónde está el ánimo guerrillero que nos llevó en el pasado a vencer unidos a nuestros enemigos, aunque fueran mucho más numerosos? ¿Qué pasó con el honor caballeresco que no hace tanto aun rondaba la vida y los quehaceres diarios de las gentes del campo? ¿Qué fue de las armas y la letras de nuestros poetas guerreros, del arte de nuestros pintores, escritores y músicos?
 Pienso sinceramente que nuestro espíritu, como energía que ni se crea ni se destruye, aún se encuentra latente en cada uno de nosotros, ahogado entre tanta posesión material y tanta comodidad, pero no muerto; y ha de llegar el día en que una suave brisa convierta las pequeñas brasas de lo que fuimos en un incendio arrasador.
✠NCR✠

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