Estaba yo conversando con un amigo sobre los ires y
devenires de esta tierra nuestra, de sus gentes y sus costumbres cuando,
entre crítica y reprobación, le escucho utilizar ese dicho tan español
de que vivimos en un “país de pandereta”, que utilizaba en referencia a
que, para la gente de aquí, lo único importante es la fiesta. Y más
tarde, encontrándome ya a solas, me dio por reflexionar sobre lo
arraigada que tenemos las buenas gentes de por aquí esa España de sol,
sangría, playita y flamenco; esa imagen de que quien representa mejor
nuestro espíritu español son la comunidad gitana, la comodidad y los
excesos. Y lo siento mucho por los gobiernos, por los “guiris”, por la
industria hotelera y hostelera que se saca buenos dineros de esta “marca
España” tan manida como ridícula, pero yo no nos siento así; no somos
así. Los españoles sólo tenemos que mirar un poco hacia atrás, y tratar
de leer un poco sobre nuestra historia, en vez de verla en la
televisión, para llegar a la conclusión de que el traidor D. Francisco
Franco Bahamonde y su capitalismo encubierto fueron los que propiciaron
que nuestros abuelos se tragaran la idea de que lo mejor que podemos
sacar de las gentes hispanas es una fiesta con sangría y una playa
abarrotada de tripudos y abuelas pellejas. ¡Qué bien le vino a este
señor presentarnos al resto del mundo de manera tan rancia y
despreciablemente alegre, para que él pudiera volver a tener amigos en
el ámbito internacional! Tan bien lo vendieron en los medios de
comunicación, que nosotros mismos, cegados por la vida fácil y relajada,
nos lo creímos al instante, adoptando absurdas ideas como tradición de
toda la vida.
¿Dónde han quedado el espíritu del trabajador de sol
a sol en sus cosechas y su ganado para su familia? ¿Dónde queda el
espíritu del pícaro, que lucha con la vida de manera astuta e ingeniosa y
aunque casi siempre pierda no se rinde? ¿Dónde está el ánimo
guerrillero que nos llevó en el pasado a vencer unidos a nuestros
enemigos, aunque fueran mucho más numerosos? ¿Qué pasó con el honor
caballeresco que no hace tanto aun rondaba la vida y los quehaceres
diarios de las gentes del campo? ¿Qué fue de las armas y la letras de
nuestros poetas guerreros, del arte de nuestros pintores, escritores y
músicos?
Pienso sinceramente que nuestro espíritu, como
energía que ni se crea ni se destruye, aún se encuentra latente en cada
uno de nosotros, ahogado entre tanta posesión material y tanta
comodidad, pero no muerto; y ha de llegar el día en que una suave brisa
convierta las pequeñas brasas de lo que fuimos en un incendio arrasador.
✠NCR✠
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