Dada nuestra condición, nuestros hechos serán mirados con lupa por
nuestros detractores, el sistema inquisitorial, y hasta por nuestras
propias familias, amigos o compañeros de trabajo.
Nosotros, más que nadie, debemos ser meticulosos con lo que hacemos y
decimos. Somos los herederos de una llama que iluminó nuestra tierra a
lo largo de miles de años, aquellos que lucharon en Salamina, Maratón o
Flandes; por eso debemos ser dignos de llevar tal carga en todos
nuestros actos cotidianos.
¿De qué nos sirve autocalificarnos de esto o de aquello cuando con
nuestras acciones demostramos lo opuesto? Sería predicar en el desierto:
se puede tirar todo el trabajo que se ha llevado a cabo durante años en
la acción más nimia y estúpida que uno se pueda imaginar.
Nuestras acciones deben ser nobles y ejemplarizantes. Debemos ser
ejemplo absolutamente en todo lo que hacemos y debemos rechazar con
absoluto desprecio lo banal y superfluo que nos rodea. El binomio
cuerpo-espíritu ha fundirse en uno; de nada sirve un espíritu noble
lleno de voluntad con un cuerpo incapaz o débil, pero tampoco lo
opuesto; de nada sirve un cuerpo fuerte y preparado con una voluntad
endeble.
Caer en las millones de tentaciones a las que el mundo moderno nos
incita con el objetivo de destruirnos significa claudicar, por eso, para
sobrevivir, debemos ser consecuentes con nuestros actos y mantenernos
firmes en todas nuestras acciones.
Nuestros pasos tienen un por qué y para defender a los que nos
precedieron y a los que vendrán, sólo queda grabarse a hierro y fuego el
viejo lema “Militia est vita hominis super terram”. Mantengamos
encendida la antorcha de la resistencia.
TD para A.C. Alfonso I
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