Guiarse
por la Verdad, elegir como base y cimiento de la propia vida los
principios inmutables de la Tradición o Sabiduría universal. Completo
acatamiento de la doctrina tradicional: tener siempre presentes sus
enseñanzas y seguir sus orientaciones; conformar la totalidad de nuestra
existencia a sus directrices y consejos. Supeditar a la Norma
impersonal de la doctrina -que es el criterio de la pura objetividad-
todos nuestros criterios, juicios, opiniones, tendencias, impulsos y
actos, reduciendo a la mínima expresión, o mejor aún, erradicando por
completo, el capricho y la arbitrariedad, la manía de originalidad y de
independencia individual, el afán de protagonismo, el criticismo
racionalista o sentimental y cualquier otra manifestación del
individualismo.
La vida del hombre tradicional
se distingue, ante todo, de la del hombre moderno, por este criterio
doctrinal, por esta sumisión a la verdad y a los principios: mientras la
vida del primero se halla inspirada por entero en una doctrina que
orienta, ordena y da sentido a todos los aspectos de su existencia (una
auténtica doctrina: sagrada, sapiencial, supra-humana, de origen
trascendente, situada por encima de los criterios y las opiniones
individuales), la del último se desarrolla con independencia de
cualquier orientación doctrinal, al margen de toda doctrina, ignorando
incluso lo que esta palabra significa. Careciendo de una pauta normativa
que guíe su vida, el hombre moderno vive a su antojo, hace lo que le da
la gana. El hombre tradicional, en cambio, vive como es debido, hace no
lo que le apetece o le place, sino lo que es correcto, lo que es justo y
necesario. Su comportamiento se ajusta a la Norma, y por eso puede ser
calificado de normal,
en la plena y genuina acepción de la palabra. Su manera de pensar, de
hablar y de obrar se desarrolla con normalidad, en contraposición a la
anormalidad del vivir moderno, completamente desorientado y desnortado
en su radical anomia (ausencia de nomos,
de ley o norma). Todo esto supone, evidentemente, un esfuerzo previo de
conocimiento y asimilación del contenido doctrinal de la Tradición. Una
vez dado este paso, hay que dejar que su mensaje transformador y
vivificante penetre de modo natural en las diversas esferas y facetas de
nuestra vida, de tal modo que vaya modelando, rectificando y ajustando
nuestra misma manera de ser, nuestro modo de ver las cosas y de vernos a
nosotros mismos, nuestra forma de comportarnos y de reaccionar ante los
acontecimientos.
Antonio Medrano
El modo de vida tradicional
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