Vivimos oprimidos, a derecha, a
izquierda, desde arriba; y abajo… solo nos queda la infravalorada
tierra, la Madre que nunca nos abandona, la que siempre está ahí, la que
nos alimenta, la que da sostén a nuestros hogares, los mismos que un
día pueden quitarnos los bancos, o una invasión para librarnos de algún
peligro internacional.
La Tierra no traiciona, no nos abandona.
Somos nosotros los que un día la abandonamos para correr a los brazos
del monstruo de alquitrán, para gozo y disfrute del capitalismo.
Dinero por dinero, producir y producir,
gastar por gastar, y la tierra se escondía bajo un manto de rastrojos
para no sufrir más. Como la madre que se hunde en el más aciago pozo
ante el desprecio de sus hijos, la tierra se iba apagando bajo cemento y
alquitrán, la construcción era el nuevo sembrado y los ladrillos
germinaron en muchos nuevos bastardos y como fruto sano se vendió la
mala hierba del campo.
Los pocos hijos que nunca la han
traicionado ya no saben qué hacer para poder sobrevivir a su lado, y
desde los campos, ya enterrados, sepultados por embargos o transgénicas
manos, tocan a muerto para agricultores y ganaderos, y con ellos, la
dignidad en el trabajo.
Las manos curtidas, sucias por el
trabajo manual, de uñas rotas, mal cuidadas, pasaron a ser una mala
carta de presentación para los nuevos hijos de este tiempo, y confiaron
en las limpias, perfumadas y bien cuidadas de políticos, banqueros y
hasta de unos señores que lucían impolutos trajes de negro, y
ahora…hasta al futuro de nuestros hijos han puesto precio.
Llegan a decir que la Tierra no posee
valor, ni dueño, ni hijos legítimos que sepan llamarla por su nombre.
Triste madre es la que pare hijos que no saben cómo llamarle porque son
hijos desconocidos, desconocidos como los hijos que se roban y después
de venden.
Mi Tierra, mi Madre, sí que tiene
nombre, sé dónde me parieron, y sé dónde mis pies y mis manos se hunden
entrelazándose en pos de ecos lejanos, llamándome hacia tiempos que
antes me fueron y que en el hoy moldean la carne de mi rostro y tallan
el hueso que sostiene este cuerpo.
No puedo ni debo darte la espalda a ti
Mi Tierra, ni olvidándote ni permitiendo que te exploten o saqueen. No
puedo permitir que aprieten el cuello de mis hermanos hasta robarles el
aliento y las ganas de pelearte. No puedo dejar de serte, ni de saberte,
ni de sentirte, no puedo dejar de ser quien soy porque de ti vine, por
ti estoy, y cuando yazca, en ti seré y les seré a los que vengan, como
mandan las leyes naturales, que siempre estarán por encima de las del
hombre.
Cuanto más me golpeen, a derecha, a
izquierda y desde arriba, más afianzaré mis pies en ti, Mi Madre, porque
solo tú me darás la fuerza, la cordura y la entereza para no doblegarme
ni arrodillarme, porque me pariste libre, y por eso, mi corazón te
tiene siempre presente, por eso tu Mi Madre, que eres Mi Hogar, y el
Hogar de los Míos, eres mi Patria y soy patriota, amándote y amando a mi
Pueblo, aunque eso me cueste regar tu suelo con mi sangre.
Patria o Muerte
Carmen M. Padial
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