Camaradería
puede ser una de las palabras más recurridas de la historia y, como
tantas otras aquilatadas en lances de armas, también ésta es española.
El término que designa universalmente la fraternidad entre soldados, nace como institución única y ejemplar hace cuatro siglos: “las camaradas” de los Tercios Viejos.
A
diferencia del “contubernio” romano --al que no dejaban de emular-- las
camaradas carecían de carácter orgánico, pero sin la ligazón
transversal de estas agrupaciones para hacer rancho común sin más
criterio que el azar o el paisanaje, aquella infantería nunca hubiera
llegado a funcionar con la eficacia y combatividad que la hizo
legendaria.
Las camaradas fueron un poderosísimo factor de cohesión
interna que diferenciaba a nuestros Tercios de otros ejércitos de la
época. No respondían a ningún requisito de formación o destino y su
dimensión era antes emocional que táctica, pues llegarían a significar
mucho más que un mero acuerdo de logística gregaria, prevaleciendo su
legado hasta nuestros días. Ocho o diez compañeros de armas compartían
la misma “cámara” o habitación alquilada, contribuyendo a los gastos
comunes. En campaña, la camarada se mantenía adaptándose a las nuevas
circunstancias desde el esfuerzo solidario de cada uno de sus miembros,
estableciéndose cometidos de interés: uno hacía de despensero, otro
tesorero, otro buscaba leña, otro cocinaba, otro trapicheaba…etc.
Así
daba cuenta a su respectiva “Signoria” un embajador veneciano
informando, a principios del XVII, de una de las razones de la fortaleza
de los Tercios Viejos.
“Hacen
la “camareta”, esto es, se unen ocho o diez para vivir juntos dándose
entre ellos fé y juramento de sustentarse en la necesidad y en la
enfermedad como hermanos. Ponen en esa camareta las pagas reunidas y
proveyendo primero a su vivir y después se van vistiendo con el mismo
tenor, el cual da satisfacción y lustre a toda la compañía”
Cuando
era necesario distribuir paño, víveres o cualquier otro socorro o
pertrecho que asistiera la penuria de las tropas, sargentos y sargentos
mayores de compañía daban la instrucción “repártase por camaradas”
para que fuera ecuánime. Ante las camaradas no cabían argucias de
acaparadores… por la cuenta que a estos traía. No obstante las
situaciones de campaña, en el contexto general de nomadismo militar en
el que debe entenderse el despliegue de los Tercios, ya fuera a lo largo
del Camino Español,
en las galeras del Mediterráneo o en las plazas fuertes, fortalezas y
presidios que jalonaban las fronteras de los Habsburgo, mayoritariamente
los soldados no estaban acuartelados, sino que vivían en “régimen de camaradas”.
De
la raigambre de la institución da idea el que oficiales y Maestres de
Campo tenían también sus propias camaradas. La del capitán, formada por
soldados viejos bien acreditados y poco pendencieros, añadía la ventaja
de mantenerle al tanto de la moral y estado de ánimo de la tropa al
mando de la compañía. La del alférez actuaba como una suerte de guarda
privada que le protegía de los muchos peligros que implicaba su cometido
de portar la enseña durante el combate. Los más modernos estudios de
psicología del combate coinciden en que la motivación profunda del
soldado, más allá de los espacios comunes de la patria, los grandes
ideales o incluso la bandera, vinculan la implicación en la lucha y la
aceptación de los sufrimientos y penalidades a algo mucho más tangible y
próximo. En este sentido las camaradas refrendaban a cada combatiente la convicción, constatada en la práctica, de formar parte de algo más grande que ellos mismos.
Las camaradas podían asumir también un carácter benéfico
o, más en terminología de nuestros tiempos, de “protección social”. Así
se “sugería” que los oficiales asumieran en sus camaradas aquellos
soldados con menos posibles para que recuperar sus maltrechas haciendas o
completar su equipo con el dinero que ahorraban, siendo relevados de la
mesa por otros compañeros necesitados una vez superado el mal momento.
Todo un ejemplo de solidaridad para aquellos para aquellos soldados
profesionales, sin el que resulta impensable concebir situaciones como
las que cita Quatrefages en la carta que los soldados de Flandes dirigen
a los amotinados de Alost pidiéndoles que, pese a haberse salido de
disciplina por el prolongadísimo impago de haberes y otras penurias
acumuladas, retomasen las armas para socorrer a los sitiados en Amberes
por los herejes:
"Siendo
como somos… en la afición propios de hermanos… prometemos como
Españoles y juramos como cristianos… de morir por ellos… porque
Españoles pelear tienen por gloria y vencer por costumbre. Pues vamos
señores por amor de Díos a socorrer el castillo de Amberes donde están
nuestros amigos y hermanos.”
Ni
que decir tiene que a los amotinados les faltó tiempo para tomar
toledanas, vizcaínas, picas y arcabuces partiendo con la mayor
diligencia en socorro de Amberes para, una vez liberada la plaza, tornar
a su amotinamiento en reivindicación de haberes y compromisos
incumplidos. Esta situación habría sido absolutamente impensable –lo es
aún hoy en día, o quizá más hoy en día - en otra Infantería que no fuera
la Española de aquellos siglos terribles y maravillosos.
Pues
esto es, señores, lo que eran y deberían seguir siendo “las camaradas”,
como forja y crisol de lo que hoy entendemos por camaradería. Más allá
del preciso origen y significado de ambos términos, a todos consta que
han sido asimilados por fuerzas armadas de muchos otros países y aún
como jerga de aproximación en partidos políticos, sindicatos, y
regímenes afines. Huelga decir que toda semejanza de estas acepciones
con la camaradería inspirada por nuestros antepasados españoles en la
profesión de las armas, no es tanto mera coincidencia como oportunista y
espuria apropiación indebida.
Así
les ruego que tengan todo esto muy en consideración, tanto por el
homenaje a nuestros antepasados como por honrar el contenido profundo de
tan hermosa palabra para que sea administrada conforme a su dignidad,
reservándola así para quienes realmente sean merecedores de ella.
Miguel Ortego
Miguel Ortego Agustín, vallecano
de nacimiento y toledano de adopción, es un apasionado de la historia
militar en general y particularmente de la de España. En especial de la
Guerra Civil Española, La Guerra de Marruecos y sobre todo de la
Infantería Española en el periodo que va de los siglos XV al XVII.
Veterano de Infantería de Marina, es suboficial de la reserva del
Ejército de Tierra y colabora habitualmente en revistas de historia
militar y actividades de recreación histórica.
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