El
hilo conductor de esta obra lo constituyen tres tesis que se enlazan
lógicamente. La primera: esta civilización, hija de la modernidad y del
igualitarismo, está viviendo su apogeo final, está amenazada a corto
plazo por un cataclismo planetario, a causa de una convergencia de
catástrofes. Antiguamente, muchas otras civilizaciones cayeron, pero
siempre fueron desastres regionales que no afectaron a toda la
humanidad. Hoy, por primera vez en la Historia, una civilización
mundial, extensión planetaria de la civilización occidental, está
amenazada por unas líneas convergentes de catástrofes que se deducen de
la aplicación de sus propios proyectos ideológicos. Una serie de
encadenamientos dramáticos convergen hacia un punto fatídico, que yo
estimo para el inicio del siglo XXI, entre el 2010 y el 2020, para
precipitar el mundo tal y como lo conocemos en el caos, con la amplitud
de un seísmo civilizacional. Las “líneas de catástrofes” conciernen a
los temas de la ecología, la demografía, la economía, la religión, la
epidemiología y la geopolítica. La civilización actual no puede durar
eternamente. Sus fundamentos son contrarios a la realidad. No se
enfrenta a unas contradicciones ideológicas -que siempre son superables-
sino, por primera vez, a un muro físico. La antigua creencia en los
milagros del igualitarismo y de la filosofía del progreso, que afirmaba
que era posible obtener siempre más, ha muerto. Esta ideología
angelical ha creado un mundo cada día menos viable.
Segunda
tesis: en dominios cada vez más diversos, las mentalidades y las
ideologías ya no se encuentran adaptadas al mundo moderno,
individualista e igualitario. Para afrontar el futuro, se deberá
recurrir a una mentalidad arcaica, es decir, premoderna, inigualitaria y
no-humanista, que restaurará los valores ancestrales de las
“sociedades de orden”. Ahora, los descubrimientos de la tecnociencia,
particularmente en temas de biología e informática, no pueden
administrarse por medio de valores y de mentalidades humanistas
modernas; ahora los acontecimientos geopolíticos y sociales están
dominados por cuestiones religiosas, étnicas, alimenticias y epidémicas.
Vuelta a las interrogaciones primordiales. Yo propongo, pues, una
nueva noción, el Arqueofuturismo, que permite romper con la obsoleta
filosofía del progreso y con los dogmas igualitarios, humanistas e
individualistas de la modernidad, inadaptados para pensar el futuro, y
permitirnos sobrevivir en el siglo del hierro y del fuego por venir.
Tercera
tesis central: a partir de ahora tenemos que proyectar e imaginar el
mundo para después del caos, el mundo de después de la catástrofe, un
mundo arqueofuturista, con criterios radicalmente diferentes de los de
la modernidad igualitaria. Aquí bosquejo un simple esbozo. Es inútil
reformar las cosas con sabiduría y con discernimiento provisional; el
hombre es incapaz de hacerlo. Cuando se está entre la espada y la
pared, en situaciones de emergencia, el hombre puede reaccionar. Yo
propongo aquí un tipo de práctica mental para el mundo de después del
caos.
*
La
palabra “Revolución Conservadora”, utilizada a menudo para definir mi
corriente de pensamiento, es insuficiente. Este vocablo,
“conservadora”, tiene una connotación desmovilizante, antidinámica, un
tanto rancia, pues no tenemos que “conservar” el presente ni volver a un
pasado reciente que ha fracasado, sino reapropriarnos de las raíces
más arcaicas, es decir, de las más conformes a la idea de victoria. Un
ejemplo, entre otros, de esta lógica inclusiva: pensar juntos la
tecnociencia y el arcaísmo. Reconciliar a Evola con Marinetti; al Doctor
Fausto con El Trabajador. La disputa entre “tradicionalistas” y
“modernistas” es ya estéril. No tenemos porqué ser ni lo uno ni lo otro,
sino arqueofuturistas. Las tradiciones deben ser expurgadas,
enjuagadas, seleccionadas. Pues muchas de ellas son pordadoras de unos
virus que ahora están explotando. En cuanto a la modernidad, ni tiene
ningún futuro. El mundo futuro, tal y como lo presintieron Nietzsche y
el gran filósofo Raymond Ruyer, injustamente -o justamente- ignorado,
será conforme a esta conjunción de contrarios.
En
este libro propongo también una definición positiva sobre los
conceptos imprecisos y siempre bastante neutros de la “posmodernidad”,
con una nueva palabra para denominar a una ideología que debemos de
edificar, el constructivismo vitalista. “Convergencia de catástrofes”,
“arqueofuturismo”, “constructivismo vitalista”: siempre he intentado
crear nuevos conceptos, pues sólo mediante la innovación ideológica se
pueden evitar las doctrinas fijadas y obsoletas en un mundo que está
cambiando rápidamente y donde los peligros se concretan; porque un
pensamiento equipado con armas permanentemente renovadas puede ganar la
“guerra de los conceptos”, imponer la realidad y movilizar los
espíritus.
No
propongo dogmas, sino pistas; mi intención no es imponer mis propias
tesis (que provienen de la doxa socrática, de la “opinión” discutible),
sino crear un debate entorno a unas cuestiones cruciales, para así
destruir el ambiente actual de insignificancia, de obcecación y de
pobreza ideológica, voluntariamente creado por el sistema para distraer
la atención y así disimular su fracaso general. En una sociedad que
declara subversiva toda verdadera idea, que busca desalentar la
imaginación ideológica, que quiere abolir el pensamiento en beneficio
del espectáculo, el objetivo principal debe ser el despertar de las
conciencias, plantear los problemas traumatizantes, crear electrochoques
ideológicos, ideochoques.
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