Casi nunca veo la tele, lo que significa que a veces, en momentos
tontos, la enciendo, aunque lo haga con la misma indiferencia con la que
hurga en su nariz el conductor del coche detenido en un semáforo. Hace
quince días, ya en la cama, la encendí y me topé, ¡oh, prodigio!, con
una entrevista de alto voltaje. Donde menos se piensa... Ana Pastor, excelente periodista con nombre de ministra de Rajoy,
que nunca sonríe y trata a sus entrevistados, si no son de izquierdas,
como los sargentos a los reclutas, estaba toreando un miura rubio que se
dirigía a ella llamándola Madame, con exquisita educación francesa,
pero que a pesar de ello le dio una tanda de revolcones, le rasgó la
taleguilla y la obligó, demudada y desnudada, a mentir.
Ese toro de briosa embestida era Marine Le Pen. Se
entiende que crezcan hora a hora sus posibilidades de llegar a ser la
próxima inquilina del Elíseo. Los 'progres' de derechas y de izquierdas,
agarrados todos a las faldas de mamá Europa y amorrados a la flácida
teta del Estado de bienestar, la tildan de fascista, pero ese adjetivo,
otrora infamante y tan manoseado hoy por quienes no tienen más argumento
que el de las etiquetas, empieza a ser sinónimo de sentido común: el
que se puso de manifiesto en todo lo que dijo, con dignidad, claridad e
inteligencia, la entrevistada.
Es curioso que acusen de fascismo a quien quiere evitar que éste se
adueñe otra vez de Europa, pues la creciente cólera popular que la
inmigración suscita y a la que ella desea poner freno es el caldo de
cultivo y el caballo de Troya de la ideología citada. Manifestó Marine
Le Pen su decepción y su asombro ante la triste evidencia de que no
exista en España, a diferencia de lo que sucede en el resto de Europa,
ni un solo grupo de ideas afines a la de su partido. Cierto es. Grupos,
señora, que lo sean de peso, no los hay, por cobardía, egoísmo y
secuelas póstumas de la lucha antifranquista, pero hay individuos. Yo,
por ejemplo, y algunos más. Al día siguiente de emitirse la entrevista
me telefoneó una persona muy conocida, mucho, y muy de izquierdas, para
decirme lo mismo que le estoy diciendo. Su nombre levantaría ampollas.
Delo él a conocer, si lo estima oportuno. Yo, que no soy hombre de
partido ni de ideologías, sólo hablo en nombre propio. Aquí me tiene.
Aunque no puedo votar en Francia, Madame, ahí va mi voto, por inútil
éste que sea. Me ha convencido. ¡Fuerza y honor! De ambos anda usted
sobrada.
Fernando Sánchez Dragó
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