Lo más grave es que para arramblar con avidez el dinero
de la gente en el mundo entero, han tenido que crear, para las masas, nuevas
necesidades. Es lo que ellos llaman la sociedad de consumo. El público
maravillado va a su ritmo, lo compra todo, lo útil y lo inútil; se envenena se
asfixia se llena la imaginación de espejos descompuestos, despreciando
estúpidamente lo que gana, reclamando siempre más, y destrozando completamente
la economía de cada país de este modo. El posible comprador es triturado cada
día por la publicidad, por la pantalla de la televisión que alimenta sin pudor
y sin tegua su manía compradora impuesta, y le embrutece.
Este materialismo trepidante elimina o contamina todo lo
que podría obstaculizar su expansión desenfrenada, es decir, todo lo que, por
esencia, representa una tendencia al sacrificio y a la renuncia: religión,
familia, servicio a la Patria, tres puntos principales de la sabiduría.
Ya no queda ni un solo valor moral que logra resistir a
los ojos de los jóvenes: los padres han perdido la partida, la Patria es una
piltrafa, Dios hace reír y también el Papa con sus Concilios. Se tolera quizás
a algún cura izquierdoso que juega al ratón y al gato o cosas por el estilo.
Antes, Dios era todo. Sólo con su Mensaje podía iluminar eternamente el corazón
de los hombres.
La sociedad de consumo convirtió a la humanidad en una
inmensa multitud materialista a la cual la simple idea de sacrificio le hacía
temblar. Las fiestas, la televisión, la libido, la avidez de tenerlo todo, de
poder pagar todo lo que se ve, de no someterse nunca a ninguna moral
limitativa, de incluso hartarse de los ancianos (carga pesada) o de los niños
(obstáculos), han enviado la civilización occidental al declive en el espacio
de un cuarto de siglo.
Una guerra perdida, no es mortal. Pero en este caso es
toda una manera de vivir la que ha sido destruida, son todos los valores que habían
construido Europa los que han sido dinamitados sin poder ser reemplazados por
otros, únicamente quedan unos Parlamentos charlatanes que no aportan en ningún
caso soluciones serias. Se inventan mil Congresos disparatados que no interesan
a nadie. Y, por todas partes en el viejo mundo, el Estado se derrumba bajo los
golpes de las masas materialistas, cada vez más exigentes y cada vez más
insensatas en sus reivindicaciones.
Las más altas nociones espirituales han sido eliminadas
una tras otra, ya sea la Fe, la Comunidad de la Nación, el equilibrio y respeto
a las costumbres, la solidaridad de la familia, el papel preponderante de los
padres, las obligaciones y beneficios de la procreación. Hoy día se quiere
vivir, es decir, vivir materialmente, atiborrarse de confort. ¡Y lo demás, al
diablo!
Y el resto, efectivamente, se fue al diablo…
León Degrelle
"Nuestra Europa"
1977
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