"En las horas maduras de 1915 algún joven español perplejo hubo de
preguntarse su futuro. Entonces iba Italia a seguir a D'Annunzio; al
tuberculoso Corridoni; a Mussolini, el socialista. Una sangre popular y
noble empapaba el hálito de la nación. La antigua sangre garibaldina de
Bruno Garibaldi, el voluntario muerto en el frente francés, era un ansia
de guerra, un alarido de venganza.
La multitud legendaria y exasperada ondeó por el foro romano la
camisa del héroe. La roja camisa de la unidad y luego del martirio. Cada
mártir traía un testimonio de virtudes y una pasión de ejemplos para la
Europa endomingada de la neutralidad. Esa Europa cobarde de los
mercachifles y el marxismo, cuyo pecado fue ofrecer a la pugna sacra y
varonil del mundo, o su pedantería derrotista, o se negocio infame.
El español sin zoco ni materialismo histórico, el español ingenuo y
genuino de una tradición de contiendas civiles y universales, ese
español leía en el primer número y en la primera página, en el atrio
remoto ya de una revista de 1915, un artículo preliminar de Ortega y
Gasset: «La camisa roja».
Era la camisa de Bruno Garibaldi, la roja camisa interventora,
desplegada también aquí –dentro de España– por el capitán de una
generación sincrónica de la italiana. (Los cincuenta años redondos de
Mussolini. El medio siglo espectador del profesor Ortega.) Ortega
proclamaba: «Y hoy, cuando llega la hora, ya inminente, de entrar Italia
en la guerra absoluta, en la guerra definitiva, vamos a sentir con
evidencia aterradora que somos una nación descamisada.» Y más adelante:
«Desde el momento en que Italia apareció desintegrada de la Triple
Alianza, debemos fijar en ella los ojos. Toda una nueva política comenzó
entonces a ser posible. Acaso la única posible.»
Detrás del trapo rojo del legionario itálico, su patria desemboca en
Vittorio Veneto. Después en la negra camisa del fascismo: «la nueva
política posible, la única posible.»
La ambición belicosa de la revista España fracasaba pacíficamente. Se
nos escamoteó la coyuntura del peligro, el trance del combate y de la
gloria, cuando la metralla hubiera sido el mejor cirujano de hierro de
Costa. La agitación de España se desleía en algo frígido y aséptico,
como los muebles de pino inglés de la Institución Libre o el «humanismo»
socialista de nuestro partido obrero. (Ante la divinidad o lo demónico,
lo humano –nunca el hombre– es una cosa helada.) Quisieron el triunfo
sin ganarlo, y su poca gana no pudo siquiera imponer la intervención a
Dato –a Dato le asesinaron los sindicalistas–. La embestida de España
frente a la tela carmesí permanecía inédita. El viejo toro ibérico era
todo cuernos y resignación, cornucopia florida de Museo.
Pero en abril de 1931, la gente pusilánime –ni vencedora ni vencida–
del año 15 recolecta por sorpresa el Poder. Ministros son sus redactores
y colaboradores: Azaña, De los Ríos, Albornoz, Domingo, Zulueta.
Embajadores son Canedo, Pérez de Ayala, Araquistáin... El mismo Casares
Quiroga fue el oscuro corresponsal provinciano en «A Cruña» de la
revista España.
El centenar de diputados socialistas es casi análogo en su sentido y
cifra a los 156 diputados rojos de la Italia de 1920. La España neutral
produce como un hongo insólito las setas venenosas de la postguerra. La
historia convulsiva y explicable de quien acaba de disparar su arma
–utopías marxistas, 1917-1918: Hungría, Alemania, Rusia– es la parodia
hoy, entre cándida y cínica, de este país inerme, zarrapastroso,
maniatado, descamisado todavía.
Nosotros le ofrecemos la armadura compacta y juvenil de una camisa
negra. El luto de una pena antiquísima, el porvenir de una ilusión
enorme. Tendrá que pelear esta batalla la mocedad valerosa de España.
Tendrá que decidirse de una vez para siempre por una guerra auténtica.
Con sus cruces sobre los caídos. Y sus himnos de júbilo adelante del
éxito. La trinchera fascista nos espera ansiosa. Vayamos antes que
presenciemos la mascarada o la felonía de aprovecharse del fascismo, sin
haberlo logrado palmo a palmo, muerto a muerto, victoria a victoria.
Hasta imponer a la anarquía y a la vesania nacionales una hercúlea
camisa de fuerza. Nuestra camisa negra".
Juan Aparicio
El Fascio
Madrid, 16 de marzo de 1933
Madrid, 16 de marzo de 1933
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