La llamada “Opinión Pública” cree lo que los
grandes medios modernos de comunicación, llamados ampulosamente
informativos, le hacen creer. La vanidad del individuo disuelto en la
Masa le fuerza a creerse que lo que él piensa, o se imagina pensar, es
el fruto de sus laboriosas y personales elucubraciones mentales, que
luego defenderá a capa y espada, creyéndolas propias. En realidad esas
ideas, o conjunto de ideas, han sido amazacotadas en su cerebro a través
de la palabra, escrita o hablada, o de la imagen. (…) Al fin y al cabo,
a efectos prácticos, la verdad o la mentira, lo zafio o lo sutil, lo
que posee clase o lo que es hortera, lo absurdo o lo sofístico, para ser
aceptado por la masa, debe ser más o menos veces REPETIDO. Esa es la
palabra clave: REPETICIÓN. La técnica de la propaganda comercial tiene
ya establecido índices de absoluto rigor científico que determinan el
número de repeticiones precisas para que la gran mayoría de las gentes
acepten como auténtica y real cualquier cosa, cualquier idea, cualquier
programa o cualquier imagen prefabricada o no, independientemente de si
es verdadera o falsa. Para lanzar cualquier dentífrico, cualquier moda
ridícula, cualquier presidente, cualquier sopicaldo, o cualquier
ideología, lo único que hace falta es un capital que respalde la campaña
publicitaria precisa. (…)
Pero con tan permanente trauma de la idea
mecanizada, la psicología humana crea sus defensas, de la misma manera
que las crea contra los traumas físicos… la psiquis humana endurece y,
si conviene, hasta encallece su capa cortical. De ahí que no afecte,
psicológica o cerebralmente la calidad, lógica o evidencia de un
razonamiento, juicio, hecho o idea, si no es capaz de perforar la
encallecida capa cortical. Por consiguiente lo decisivo ha de ser el
número y relativa fuerza de los golpes publicitarios que consiguen
hacerles taladrar el blindaje hasta llegar a herir la conciencia y la
sensibilidad psicológica. Pero hay más: la mecanización ideológica
favorece una tendencia muy humana, demasiado humana: la inclinación al menor esfuerzo.
Si se nos dan ideas y juicios prefabricados es mucho más cómodo
aceptarlos y “tragarlos” mentalmente sin el esfuerzo intelectual y el
análisis objetivo de los hechos.
Así , con este gigantesco Lavado de Cerebro a
escala planetaria, se ha llegado a conseguir que, en lo esencial y,
muchas veces, con ropajes y oropeles diferentes, en el fondo los hombres
piensan igual; se ha hecho del hombre del siglo XX, no un “portador de
valores eternos” como dijo alguien, sino un intestino con patas,
obsesionado solo por el estómago y la vejiga, con el aditamento de su
estúpida vanidad, que le hace creerse “racionalista” porque no cree en
Dios, pero sí en extraterrestres, orientalismos y naturalmente, en el
Evangelio de Marx.
J. Bochaca
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