viernes, 22 de febrero de 2013

Opinión Pública

La llamada “Opinión Pública” cree lo que los grandes medios modernos de comunicación, llamados ampulosamente informativos, le hacen creer. La vanidad del individuo disuelto en la Masa le fuerza a creerse que lo que él piensa, o se imagina pensar, es el fruto de sus laboriosas y personales elucubraciones mentales, que luego defenderá a capa y espada, creyéndolas propias. En realidad esas ideas, o conjunto de ideas, han sido amazacotadas en su cerebro a través de la palabra, escrita o hablada, o de la imagen. (…) Al fin y al cabo, a efectos prácticos, la verdad o la mentira, lo zafio o lo sutil, lo que posee clase o lo que es hortera, lo absurdo o lo sofístico, para ser aceptado por la masa, debe ser más o menos veces REPETIDO. Esa es la palabra clave: REPETICIÓN. La técnica de la propaganda comercial tiene ya establecido índices de absoluto rigor científico que determinan el número de repeticiones precisas para que la gran mayoría de las gentes acepten como auténtica y real cualquier cosa, cualquier idea, cualquier programa o cualquier imagen prefabricada o no, independientemente de si es verdadera o falsa. Para lanzar cualquier dentífrico, cualquier moda ridícula, cualquier presidente, cualquier sopicaldo, o cualquier ideología, lo único que hace falta es un capital que respalde la campaña publicitaria precisa. (…)
Pero con tan permanente trauma de la idea mecanizada, la psicología humana crea sus defensas, de la misma manera que las crea contra los traumas físicos… la psiquis humana endurece y, si conviene, hasta encallece su capa cortical. De ahí que no afecte, psicológica o cerebralmente la calidad, lógica o evidencia de un razonamiento, juicio, hecho o idea, si no es capaz de perforar la encallecida capa cortical. Por consiguiente lo decisivo ha de ser el número y relativa fuerza de los golpes publicitarios que consiguen hacerles taladrar el blindaje hasta llegar a herir la conciencia y la sensibilidad psicológica. Pero hay más: la mecanización ideológica favorece una tendencia muy humana, demasiado humana: la inclinación al menor esfuerzo. Si se nos dan ideas y juicios prefabricados es mucho más cómodo aceptarlos y “tragarlos” mentalmente sin el esfuerzo intelectual y el análisis objetivo de los hechos.
Así , con este gigantesco Lavado de Cerebro a escala planetaria, se ha llegado a conseguir que, en lo esencial y, muchas veces, con ropajes y oropeles diferentes, en el fondo los hombres piensan igual; se ha hecho del hombre del siglo XX, no un “portador de valores eternos” como dijo alguien, sino un intestino con patas, obsesionado solo por el estómago y la vejiga, con el aditamento de su estúpida vanidad, que le hace creerse “racionalista” porque no cree en Dios, pero sí en extraterrestres, orientalismos y naturalmente, en el Evangelio de Marx.

J. Bochaca

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