«El Kremlin jamás ha intentado una práctica de seducción respecto a Europa»
Jean
THIRIART, La Nation Europeéne nº10
A menudo el ser humano tiene la querencia a dar explicaciones demasiado
simples a fenómenos que, en realidad, son profundamente complejos. El resultado
suele contentar al teorizador, pues le permite dar respuesta rápida y sencilla
a algo que de otra forma le costaría mucho más comprender. Algunos psicólogos
explican esto por la necesidad innata que el hombre tiene de sentir seguridad;
el hombre se siente seguro y obtiene una gran satisfacción emocional al
comprobar que todo lo que le rodea y acontece tiene una explicación y encaja
perfectamente en su particular cosmovisión del mundo. Lo contrario, le frustra
sobremanera. Por eso las teorías conspirativas son tan populares, pues, aunque
enrevesadas, permiten –como digo- dar una respuesta casi instantánea a
fenómenos que, en realidad, son multicausales y cuya correcta comprensión exige
de un mayor esfuerzo intelectual.
Otra expresión de esta muy humana tendencia a la simplificación de la
realidad es la adopción de posturas maniqueas; es decir, la predisposición a
ver reflejado en todo suceso el enfrentamiento perpetuo entre dos bandos, con
frecuencia, el del bien y el del mal. Pero lo cierto es que los conflictos no
son siempre bilaterales, sino que en ellos frecuentemente confluyen los
intereses de terceros, aunque éstos no siempre sean fáciles de discernir. A
esto hay que sumar la también innata propensión que el ser humano tiene a
identificarse siempre con una de los participantes en cualquier tipo de disputa,
sea ésta deportiva, militar o política.
Estas actitudes reduccionistas no favorecen la explicación de lo que viene
pasando en Ucrania durante las últimas semanas. De hecho lo enturbian todo
bastante. Los hechos ucranianos no pueden -ni deben- ser explicados recurriendo
a ningún inconsistente topos
conspirativo, ni tampoco haciendo exclusivamente frías interpretaciones sobre geopolítica.
Nada ayuda el dar por buena la propaganda rusa que explica todo como una
intromisión del malvado mundo occidental (OTAN-UE) en una nación que parece que
debe de ser considerada -por narices- un coto privado de una Rusia idealizada.
Es triste que haya que explicar determinadas cosas, pero nunca jamás en mi
vida me había sentido tan avergonzado como en estos días. Mi vergüenza, mi
rabia, mi repulsión, se debe a la reacción infantil y traidorzuela, cobarde y
neurótica, que respecto a los acontecimientos de Ucrania ha adoptado la casi la
totalidad del amplio y variopinto espectro político del patriotismo hispano,
desde los más conservadores a los más revolucionarios. Me importa un pimiento
ganarme las antipatías de quienes han demostrado pocas luces y mucho
sectarismo. Muchos prejuicios y pocas ideas. Pocas reflexiones y muchas
propaganda. Muchas tripas, poca cabeza y nada de corazón. Bastante estrategia y
ninguna camaradería. Sinceramente me dan pena, pues no son más que el reflejo
de una España en plena putrefacción.
Excepciones las ha habido por supuesto, pero han sido las menos. Que Dios
les conserve el alma así de limpia por muchos años. Los rejones que lanzo en
estas líneas, evidentemente no van para ellos.
Con este artículo pretendo dar un poco de luz al asunto y exponer las
razones por las que creo que cualquier nacionalista o nacional-revolucionario
europeo debe de mostrar su apoyo y respeto a los nacionalistas y
nacional-revolucionarios ucranianos que han encabezado la Revolución de Kiev. No
voy a hablar de grandes estrategias geopolíticas. De eso todo el mundo sabe un
montón. Bueno, se creen que saben. Yo voy a ser realista. No tengo ínfulas de
Napoleón. Soy más de Daoíz, Ruíz y Velarde.
¿Estamos presenciando una
revolución?.
Entre las muchas tonterías que se han escrito estas semanas a propósito de
los acontecimientos en Ucrania, una de las que más me ha sorprendido es aquella
que afirma que lo de Kiev no es, en realidad, una revolución nacional, o que en
todo caso, fue una revolución que ya ha sido frustrada puesto que los
nacionalistas no se han hecho con el poder absoluto de forma automática.
Yo no sé lo que piensan algunos sobre qué es una revolución, o cómo piensan
ellos que se debe de conquistar el Estado. Por lo que les leo, parece que creen
que una revolución se puede hacer en solitario, sin compañeros de viaje, sin
vaivenes, sin contratiempos; creen que es un acto espontáneo y súbito de toma
del poder y cambio inmediato de estructuras y valores. El que así piense
demuestra su profundo desconocimiento de lo que es un proceso revolucionario.
Aunque no hay dos revoluciones iguales, lo que todas tienen en común es que
son fenómenos muy complejos, procesos largos e impredecibles (más de lo que se
cree), con periodos de “suspensión”, y otros de feroz violencia que tienen
muchas posibilidades de degenerar en algún tipo de guerra civil. En ellas es frecuente
que participen agentes de diferentes tendencias ideológicas y con objetivos
distintos o enfrentados, pero entre los cuáles una minoría, con maña, suerte,
lucha y sangre, puede hacerla girar a su favor. Incluso aunque sean
revoluciones nacionales, son procesos en los que el contexto internacional
puede jugar un papel fundamental. En el caso de Ucrania puede influir no sólo
el desarrollo intrínseco del fenómeno, sino lo que ocurra en Grecia, en
Hungría, en Bielorrusia o en Rusia, en los próximos meses o años, pues no
olvidemos que la supuesta integración en la UE de Ucrania está por ver y
debería ir para largo (otra cosa son los simples acuerdos comerciales).
Por poner unos ejemplos históricos: la Revolución Francesa comienza en 1789
pero los historiadores no la damos por concluida hasta 1799, y aún después de
esta fecha, Napoleón siguió enredando por Europa y llevando a cabo profundas
reformas en Francia. La Revolución Francesa no nació tanto como un intento de
derrocar el Antiguo Régimen, sino como un cúmulo de protestas ante las
carestías que se vivían en París, y los derroches de la Corte de Luis XVI. En
principio no era una revuelta antimonárquica, ni antirreligiosa, pero ese
cariz, en principio defendido por una minoría, acabó por ser aceptado por la
mayoría. Se proclamó la República (1792), se cortó la cabeza al rey, y se
inició una guerra contra todas las potencias extranjeras, las cuales veían una
terrible amenaza en la expansión de las nuevas ideas revolucionarias que, a
partir de los principios ilustrados, iban tomando forma. Hoy podríamos decir
que Francia perdió la guerra, pero la revolución y sus valores triunfaron.
Otro ejemplo: la Revolución Rusa de 1917 se inicia en febrero de ese año como
una revolución liberal burguesa, pero se extiende hasta el mes octubre, cuando los
hasta entonces minoritarios bolcheviques lograron llevarse el gato al agua. Después
vino la Guerra Civil Rusa en la que los blancos estuvieron a punto de vencer al
Ejército Rojo. Incluso podríamos decir que la Revolución de 1917 no es sino la
culminación de la revolución iniciada en 1905 tras la estrepitosa derrota en la
Guerra Ruso-Japonesa (la primera de un país europeo contra una potencia
extraeuropea).
Lo que pase en Ucrania sólo el tiempo lo dirá. El triunfo o el fracaso de
la Revolución –que lo es- dependerá de mil aspectos imposibles de analizar y
conjugar a día de hoy, ni por el más perspicaz analista, pues las revoluciones
se desarrollan siempre en un clima de alegalidad, de continuas injerencias extranjeras,
de conflictos internos, y amenazas de guerra civil. Es así, y así ha sido
siempre. Quien diga que esto no es una revolución, o quien diga que ya ha
fracasado, que los nacionalistas ucranianos no debieron jamás de ser apoyados,
que ya lo advirtieron, además de unos ignorantes, son unos derrotistas y un potencial
peligro.
En mi opinión, por el contrario, existen numerosas razones para apoyar la
acción de los nacionalistas y nacional-revolucionarios ucranianos.
Razones por las que apoyar la
Revolución Ucraniana.-
Estas razones giran en torno a varios principios morales y racionales (da
vergüenza tener que hablar de esto): 1) Principio de solidaridad y camaradería;
2) Principio de comprensión y confianza; 3) Principio de explicación racional
de los hechos.
1) Principio de
SOLIDARIDAD Y CAMARADERÍA con nuestros semejantes ideológicos. En el caso de la
actual crisis ucraniana éste es un principio que los aficionados a la
geoestrategia -tan profusos estos meses- suelen despreciar olímpicamente.
Siempre he creído que es un principio natural –e irrenunciable- el apoyar a
aquellos que defienden unos mismos valores, que tienen una visión del mundo
semejante a la nuestra y unos mismos objetivos políticos; en este caso la
consecución de un orden social y económico basado en principios
antimaterialistas, y la creación de una nueva Europa de Naciones Libres que
constituyan además un gran bloque geopolítico. Hasta donde yo sé, los
diferentes grupos nacionalistas ucranianos creen en estos objetivos, y así lo
manifiestan en mayor o menor medida.
Los
liberales lo hacen, los socialdemócratas lo hacen, los conservadores lo hacen,
los comunistas no digamos, todos tienen sus internacionales y se apoyan entre
sí. Los “fascistas”, tan amigos de la retórica caballeresca, tan europeos
ellos, en cambio, prefieren buscar el prepucio ajeno y echarse una partida de
Risk.
Por encima
de cualquier otra razón, entiendo que debemos mostrar solidaridad y camaradería
a nuestros semejantes ucranianos por una cuestión moral y de honor. Sí, de
honor. Triste es que esto a algunos les suene a chino. Quizá es que yo sea un
romántico, o un antiguo, o que lleve engañado 25 años, pero siempre creí que
nuestro pensamiento no se reducía a unas bellas ideas, sino que también era una
actitud y forma de entender la vida marcada por la hombría y la lealtad;
siempre pensé que nosotros éramos una
forma de ser. En base a eso no me cabe otra que un respeto absoluto por
quién ha dado la vida por su Patria y por sus ideas, que, en gran medida,
también son las mías (las comparta, o no, al 100%). Entiendo que algunas de las
noticias que llegan desde Ucrania son sorprendentes y pueden hacernos dudar al
respecto, pero ante la duda –y aquí no hay certezas absolutas- siempre es
preferible equivocarse por apoyar a los tuyos, que avergonzarse después de
haberles traicionado. Y quién juegue a geoestrategas sin haber llegado al poder
es que es sencillamente imbécil, tenga 18 diputados, uno o ninguno.
No apoyar a priori a los nacionalistas ucranianos me
parece despreciable y mezquino. Desearles el mal o alegrarse de su infortunio,
es de ser un enfermo intelectual con el alma putrefacta. Pero es que leer a
españoles, que no han sabido en cuarenta años constituir un “área nacional” de
ningún tipo, dar lecciones de moral o de acción política a quienes son un
ejemplo de patriotismo, es sencillamente obsceno.
Una segunda
razón para apoyar a los nacionalistas ucranianos pudiera sostenerse en un
principio de reciprocidad; pues espero que, llegado el caso, los nacionalistas del
resto de Europa nos muestren el mismo apoyo y respeto recibidos de sus
“camaradas” españoles. Quien no da, que no espere recibir. Visto lo visto, no
esperemos recibir demasiado.
Hay quien
opinará que habría que matizar quién es un afín ideológico, y quién, en
realidad, no lo es, pero hacer eso en España, donde hasta 12 partidos políticos
“patrióticos” amenazan con presentar candidatura –en solitario o en coalición-
a las próximas elecciones europeas, puede resultar patético. Estos “afines”
ucranianos son variados y heterogéneos. Podremos identificarnos más con unos o
con otros, pues diferentes son las realidades de ambos países, y distintas las
sensibilidades personales de cada uno, pero, como fuere, todos (Svoboda, Pravyy
Sektor, UNA-UNSO,…) se merecen un respeto pues militantes de todos ellos se han
dejado los sesos en las calles de Kiev.
2) Principio de
COMPRENSIÓN y CONFIANZA, que está muy relacionado con los anteriores.
Compresión de que, por muchas consecuencias geopolíticas que pueda tener, son
los ucranianos los que mejor conocen la situación de su país y las razones que
han provocado un auténtico levantamiento popular, y eso es lo primero que
importa. No podemos pretender ser más listos que los que están en primera línea
a pie de barricada, y que conocen bien los tejemanejes de la política ucraniana
y el sentir de su gente. Confianza en que han actuado así guiados por nobles
valores y en busca de un fin justo; y confianza en que van a saber gestionar la
situación ahora y en el futuro.
No me parece
de recibo –ni inteligente- una respuesta visceral, de esas que aseguran
gratuitamente que los revolucionarios ucranianos trabajan para intereses
bastardos, lo diga Jobbik, Amanecer Dorado, o el mismísimo Krom. En esta
opiniones me temo que influye notablemente el despliegue de noticias falsas y
de montajes que en estas semanas ha hecho la cadena rusa Russia Today (entre
otras). No he visto algo tan burdo y demencial desde la Guerra de Iraq, las armas
de destrucción masiva y las películas que nos contaban la CNN y la Fox sobre
las aventura y desventuras de los marines yanquis en los desiertos orientales.
Por poner
unos ejemplos, que la acrítica estupidez hispana y europea se han zampado sin
ni siquiera masticar:
-
La historia de los “agentes del Mossad” liderando las
revueltas. Esto no es más que una bola de nieve inverosímil, cuya fiabilidad es
propia de la fuente final de la noticia, la cadena iraní HispanTV. Esta cadena transmuta
una presunta entrevista aparecida en internet a un israelí sin nombre. Éste se
paseaba con kipá por Maidan, donde supuestamente dirigía una “unidad de
voluntarios internacionales” que luchaban codo con codo con los “neonazis” de
Pravyy Sektor. Esta entrevista se transforma primero en una historia de exmilitares
judíos (¡ojo! No tiene nada de excepcional ser exmilitar israelí, pues allí todos
los ciudadanos son exmilitares, ya que en Israel la mili es obligatoria, larga
y dura, y si uno la hace con cierta formación puede incluso ejercer mandos de
cierta responsabilidad), y después, ni más ni menos que en una trama de agentes
del Mossad dirigiendo las revueltas. De ser así serían los agentes más
indiscretos del mundo. A no ser que, para crear confusión, alguien quisiera que
se supiese o pensase que andaban por allí cinco israelíes («¡Oiga! Somos judíos, con experiencia en combate, y pasábamos por aquí
y hemos dicho, vamos a echar una mano a los “neonazis” ucranianos»). De
risa.
-
La afirmación de que las revueltas están financiadas
por EEUU (otros concretan en George Soros). La noticia parte, como no, de la
cadena RT y del entorno de Yanukóvich, el de los grifos de oro y los coches de
lujo. Por lo tanto, son 0% creíbles. Se empezó hablando de 500$/día pagados a
los más violentos, lo que no me parece buen negocio por dejar que te vuelen la
cabeza. A día de hoy, la cotización ya ha subido a 3000€ por barba.
A este
respecto, hay que tener en cuenta que, para ser una revuelta financiada por el
sionismo internacional, éstos han tenido muy poquito en cuenta a la comunidad
judía local. Después de que una sinagoga sufriera daños, uno de los rabinos de
Ucrania pidió a los judíos que abandonasen Kiev y solicitó ayuda al Estado de
Israel. Esta noticia entronca con la siguiente reflexión.
-
El líder del Pravyy Sektor es un infiltrado (o
traidor, según las versiones) porque se ha reunido con el embajador de Israel
en Kiev y ha hecho declaraciones en contra del antisemitismo. Bueno, ¿y cuál es
el problema de que uno de los máximos responsables actuales de la seguridad
nacional ucraniana se reúna con un diplomático que representa a una de las
comunidades supuestamente más amenazadas y que además ha solicitado formalmente
ayuda a ese país?. ¿Qué debía de haber hecho el líder de PS? ¿No acudir? ¿Acudir
y arrestar al embajador? ¿Acudir,
arrestarlo y gasearlo?. De verdad que no veo el problema. A no ser que este
encuentro se buscara para hacerlo público y, una vez más, crear confusión y
división entre los nacionalistas. Algo que parece que al final logran.
¿Por qué crea
tanta polémica la presunta actividad de cinco portentosos exmilitares israelíes
capaces de movilizar a millones de ucranianos? ¿Por qué genera tanta polémica
las supuestas financiaciones y los vaticinios de Soros respecto a Ucrania, o
los milagrosos paseos de BHL, que según se dice, donde pone el culo se monta la
marimorena? ¿Por qué crea tanta polémica que el embajador de Israel haga su
trabajo?. Pues muy sencillo: porque el antisionismo se está convirtiendo en el
antifascismo de los movimientos nacionalistas europeos, una obsesión que enturbia
la realidad, y que crea militantes con cerebros monotemáticos y propensos a la paranoia:
el friki-militante.
El sionismo
existe, aunque sea de difícil definición, como todo lo que rodea al pueblo
elegido. El sionismo probablemente sea el mayor de los enemigos de la libertad
de pueblos y Naciones (aunque no el único). El sionismo es poderoso, muy
poderoso, y ejerce parte de ese poder por medios poco honestos y nada perceptibles
(en esto no tienen la exclusiva). Pero el sionismo no es omnipotente ni
omnipresente. Sólo Dios lo es. Lo que sí es el sionismo, es muy inteligente. Sabe
encizañar y dividir como nadie a sus enemigos, aprovechándose de sus
debilidades. Y hoy en día una de las mayores debilidades de un amplísimo sector
de los movimientos nacionalistas europeos es haber convertido el sionismo en un
comodín susceptible de ser utilizado cuando nos venga en gana; es decir, cuando
no entendamos algo, no deseemos profundizar en ello, cuando deseemos acomodar
la realidad a nuestra particular cosmovisión del mundo (para sentirnos emocionalmente
seguros, ya se sabe), o cuando alguien nos ponga delante el cebo adecuado. El
sionismo es muy listo y no da puntada sin hilo, conoce muy bienla psicología de
sus enemigos, y es posible que en el tema de Kiev se las haya dado con queso a
todos esos patriotas que reniegan de los revolucionarios ucranianos.
Por primera
vez en muchísimos años hay una revolución nacional en un país de Europa. Una
revolución en la que los movimientos nacionalistas y nacional-revolucionarios
son los protagonistas principales. El sionismo, sin duda, ve esto con inquietud,
porque además sabe que muchos de esos revoltosos son antisionistas y amenazan
con hacerse con una cuota de poder. Al sionismo le preocupa que el poder
nacionalista se consolide y, a corto plazo, pueda ser un ejemplo para el resto
de Europa (sobre todo del Este), más con el avance de Jobbik y de Amanecer Dorado.
En consecuencia, para que esto no suceda hay que desacreditar a la Revolución,
y hacer que los nacionalistas europeos renieguen de ella y de sus “camaradas”
ucranianos. ¿Y qué mayor desprestigio que hacer creer que son ellos mismos –los
sionistas- los que están detrás de las revueltas?. Mandan a cuatro superagentes
para que salgan en prensa, lanzan dos bulos en sus televisiones, y asunto
arreglado: el trastorno obsesivo-compulsivo antisionista hace el resto («¡Lo sabía! ¡A mí no me engañan! ¡Son los judíos!
¡Lo de Maidan lo dirigen los judíos! ¡Viva Putin!»). ¡Anda ya!.
Esta
reflexión pudiera ser acertada, o no, pero no estaríamos con estas vicisitudes,
si en vez de analizar la realidad a través el distorsionador prisma
antisionista, lo hiciéramos de una forma racional, y basándonos en verdaderos
lazos de hermandad; en la confianza plena entre camaradas. Seríamos más fuertes,
y ninguna conspiración, falsa o real, nos desuniría.
Para
concluir este excursus me atrevo a
rizar el rizo y lanzo mi propia teoría sobre el contubernio mundial: el “retrocontubernio”.
La verdadera conspiración sería, en verdad, hacernos perder el contacto con la
realidad, convertirnos en dementes propensos a la paranoia, que ven la mano
agitadora del sionismo en todos y cada uno de los hechos que acontecen y la
mordaza silenciadora en los que no lo hacen. Porque, si todas las guerras son
sionistas, si todas las revoluciones son sionistas, sin detrás de toda protesta
está el Mossad, la CIA o la TIA, … ¿quién coño de entre los nacionalistas
europeos se va a atrever a imitar a Kiev?. Al final el antisionismo irracional
se podría convertir en la excusa para no hacer nunca nada -vaya a ser que
beneficiemos a los sionistas-, la excusa para quedarnos en la retórica o en
casa. Como algunos quieren.
Aclaro (para
los que tienen problemas de comprensión lectora): no se trata de no ser
antisionista (mucho menos de volverse prosionista, como ya han hecho algunos).
No. Se trata de serlo con cabeza, de forma racional, sin histrionismos, sin
psicosis. Sin transformarlo en una ideología. Teniendo los pies en el suelo y
sin dejar de ser eso, nacionalistas y revolucionarios. El sionismo crea unas
revueltas, alienta otras, e intenta entrometerse en todas, pero, insisto, no es
ni omnipotente ni omnipresente.
Continuo cavilando
sobre las manipulaciones informativas.
-
El empeño en que la opinión pública crea que los
francotiradores que asesinaron a los manifestantes en Kiev estaban pagados por
la propia oposición a Yanukóvich. La verdad es que la noticia surge a partir de
una conversación interceptada por los propios servicios secretos ucranianos,
pero en la que, en realidad, no se afirma tal cosa, sino en la que tan sólo se
insinúa la posibilidad de ello, en un intercambio de opiniones -no de indicios
ni de pruebas- entre dos personas («Oye,
y los francotiradores de Kiev ¿no habrán sido contratados por la oposición?»).
Nada más.
El tema de
los francotiradores viene de lejos. Yanukóvich antes
de su fuga, con la RT a la cabeza, ya afirmó en su día que los
únicos muertos por heridas de bala habían sido
policías. Sin embargo, al día siguiente de lanzar tan cínica afirmación ya aparecieron
los primeros videos en la red de manifestantes civiles que caen muertos al ser
tiroteados. La historia entonces metamorfoseó, y se pasó a decir que los
muertos habían sido tiroteados por los propios rebeldes pues éstos también
tenían armas de fuego (dos carabinas y una escopeta de caza). Pero al día
siguiente, de nuevo, volvieron a aparecer nuevos videos en los que se ven a
agentes Berkut disparando con AK47 y rifles con mira telescópica. Qué pronto
nos olvidamos de Praga o de Budapest.
-
La malintencionada noticia de que los nacionalistas
ucranianos de PS habían solicitado ayuda a los islamistas chechenos. Ésta es
una de las estrategias más recurrentes por parte de la propaganda pro-rusa,
porque tiene una base de verdad que la hace creíble y explotable. Todo comenzó
con la emisión de un foto-montaje y de un video-montaje en los que se veían
ondear en la Plaza de Maidan una bandera del Ejército Libre de Siria (en el
que, por cierto, no todos son islamistas) y otra de la Emirato del Cáucaso
(islamistas chechenos). Ambas, como digo, son imágenes falsas. En esta línea, RT
llegó a afirmar que en Kiev había desplegados entre 3000 y 5000 islamistas que
eran los que dirigían las protestas (¿pero no eran cinco superagentes
israelíes?, ¿pero no eran “neonazis”?). En cambio, las imágenes de Maidan en
directo que se podían ver vía web mostraban a popes y curas ucranianos bendiciendo
combatientes, y dando extremaunciones, a gente con iconos y rosarios, tallas de
la virgen en el escenario de los discursos y miles de personas rezando, lo que
no casa ciertamente con la presencia de miles de islamistas en Kiev.
A este
respecto, sobre las declaraciones del líder de PS y los chechenos estoy de
acuerdo en que no son de recibo, pero hay que analizarlas en un contexto
prebélico. No me imagino yo a los patriotas espñaoles de la Guerra de la
Independencia poniéndose esquisitos diciendo: «¡No Wellington! ¡No nos ayude Vd a echar a los franceses». Como
fuere, es una acción personal que no puede manchar a todo un movimiento ni a
toda una Nación, y que ya ha tenido su respuesta. El que considere que es
suficiente prueba de descrédito, insisto, creo que es que no se entera de lo que
es una revolución.
En resumen
del punto 2: en toda revolución –como en las guerras (¿hace falta recordar la
nuestra?)- siempre hay compañeros de viaje más o menos indeseables, y también quien
presiona desde el otro lado del mundo para ganar una partida a la que nadie le
ha invitado. No creamos que -llegado el caso- podríamos hacer una revolución
nosotros sólitos, sin compañeros de viaje y sin injerencias extranjeras.
3)
EXPLICACIÓN racional de los hechos teniendo en cuenta
el contexto histórico ruso-ucraniano, y sobre todo quién es y qué representa
verdaderamente la Rusia de Putin. Sin este análisis no entenderemos absolutamente
nada.
Si hay un factor distorsionador de la realidad, por encima de teorías
conspirativas varias, de las incontables noticias falsas, manipulaciones,
tergiversaciones y de las asistencias exóticas en Kiev, es la simple presencia
de Rusia en todo este asunto. Si Rusia no fuese un actor principal en este
escenario, la postura que muchos adoptarían hacia la Revolución Ucraniana sería
bien distinta. Pero todo nace del pajamentalismo patrio con respecto a quién es
Vladimir Putin.
Sin duda Europa se encuentra en sus últimas horas, y la desesperación ha
hecho que el mesianismo se haya instalado en una buena parte de la militancia
nacionalista europea. No se explica, si no, por qué tanta admiración hacia un
personaje tan oscuro como Putin, y tanta
cerrazón en la defensa de la postura rusa. La Rusia de Putin va camino de
convertirse para parte de “la derecha” europea en lo que Cuba es para la
“izquierda”: un espejismo en el desierto, un idealizado clavo ardiendo.
Que todos los rojelios, costrillas y antifas del mundo estén del lado ruso,
que lo esté el submundo abertzale, que muchos conservadores también apoyen a
Putin, y que incluso algunos liberales tomen igual postura como mal menor para
evitar el avance de los “fascistas” ucranianos, debería ser suficiente para
darnos cuenta de en qué lado deberíamos de posicionarnos. Pero parece que los
puristas del tendido 7 no están del todo contentos, han mirado las hechuras del
rabo del toro y piden que sea devuelto a los corrales.
Rusia es un grandísimo país, con una grandísima Historia y una vastísima
cultura europea (al que esto escribe le chifla la literatura rusa del siglo XIX),
y en cierto modo, por haber permanecido aislado del mundo occidental durante
décadas, es un reducto de valores e ideas tradicionales. Esto es innegable,
pero es así con Putin, o sin él. No obstante, esto es un hecho común a todos
los países que formaron parte de la extinta (?) URSS, incluida Ucrania y los
países bálticos.
Pero una cosa es Rusia, como Nación, y otra es el Estado ruso ideado y
controlado por Putin, su nomenklatura
y sus clientelas.
Rusia en sí misma es la esperanza de Europa, Putin es el deceso de Europa.
Otro deceso distinto al marcado por la UE, pero deceso, al fin y al cabo. La
Rusia de Putin no es un ejemplo en casi nada, ni en su modelo económico, ni en
su modelo político, ni en su modelo social. De hecho es gracias a Putin por lo
que esa Rusia tradicional, esperanza de Europa, más pronto que tarde
desaparecerá.
-
El modelo económico de Putin está destrozando la
sociedad rusa. Rusia hizo a lo bruto hace veinte años lo que los chinos están
haciendo hoy de forma algo más controlada: pasar de un modelo económico de
producción “socialista” a otro capitalista manteniendo, eso sí, el establishment político intacto. Las
consecuencias son bien conocidas y las sigue pagando el ruso medio. Hoy Moscú
es la ciudad más cara de Europa y la que tiene las mayores bolsas de pobreza.
Rusia es a la vez el país con más multimillonarios del mundo, y el único del
mundo desarrollado en el que un niño se puede morir de hambre o frío. Rusia es el
país con mayor porcentaje de niños y jóvenes que sobreviven de la prostitución
y la indigencia, y en el que las niñas están deseando cumplir la mayoría de
edad para convertirse en estrellas del porno. Este modelo basado en un salvaje
ultracapitalismo, en el que las oligarquías económicas heredadas de época
soviética, controladoras de auténticas mafias, dominan todo el sistema, no va
ayudar a la pervivencia por mucho tiempo de esa Rusia tradicional. La
anquilosada economía rusa sobrevive, como si fuera un país tercermundista, de
la venta de materias primas. Su tecnología está anquilosada, salvo la militar,
y, aún así, ésta es incomparable a la americana. China está literalmente
comprando el este del país, en donde legalmente está instalando sus fábricas y
trasladando a decenas de miles de sus trabajadores. En definitiva, no sé por
qué un ucraniano habría de pensar que el capitalismo de las mafias
postsoviéticas es una mejor elección que el capitalismo “sionista” de la UE.
-
El modelo social tampoco es un ejemplo a seguir. La
política migratoria de Rusia no es muy distinta a la de la Europa occidental. El
concepto que Putin tiene de Rusia es el de un ente multiétnico, pues en un
Imperio tan grande tradicionalmente ha sido así. Incluso ha declarado como
religiones tradicionales rusas al Cristianismo Ortodoxo, al Islam y al
Judaísmo, que gozan de una defensa y trato especial por parte del Estado (por
supuesto no ocurre lo mismo con el Catolicismo). En Rusia viven más de 20
millones de musulmanes, casi 2 de ellos en Moscú. La política demográfica rusa
es incluso más desastrosa, que ya es decir, que la de los países de Europa
occidental, pues el país pierde casi medio millón de habitantes al año.
-
Y qué decir del modelo político. El PCUS desapareció
en 1991, pero su estructura permaneció como sistema de clientelas y como ente
supranacional. Casi la mitad de los diputados de la actual Duma o son
comunistas (del Partido Comunista Ruso de Ziuganov), o tienen un pasado
soviético. ¿Se imagina alguien que en 1998 en el Parlamento español hubiese
habido 175 diputados con pasado en el Movimiento Nacional o directamente
“neofranquistas”?. La URSS no desapareció en 1991. La URSS se transformó. Y sus
dirigentes no desaparecieron ni fueron reemplazados por “nuevos rusos”, sino
que éstos se adaptaron a la nueva situación. Ahí están, no se han ido y no han
cambiado. A lo sumo su visión del mundo ha pasado de ser soviéticocéntrica a
ser rusocéntrica. Para ellos Europa occidental –con UE o sin ella- sigue siendo
un ente extraño, cuando no el enemigo.
Por otro
lado, la persecución que sufren los movimientos nacionalistas y
tradicionalistas rusos puede que sea incluso más cruel que la que vivimos en la
UE (que ya es decir). Y no me refiero a los descerebrados nihilistas aficionados
a dar palizas y colgarlas en Youtube. Putin quiere ser el único nacionalista en
Rusia y, a la vez, el único liberal, pero sin romper totalmente con su pasado
comunista.
-
Putin no es un antisionista. Es un defensor de la
legitimidad de Nüremberg, que no tiene ningún reparo en ponerse la kipá,
visitar el museo del Holocausto, hacer donaciones al Museo de Auschwitz, llegar
a un acuerdo con los Rotschild o decretar que el Judaísmo es una de las
religiones tradicionales de Rusia. Sin duda, esto ha favorecido que los judíos
de Sebastopol ya se hayan declarado a favor de la independencia de la región y
su posible unificación con Rusia (¿no sería esto lo que buscaba Putin, provocar
la secesión del país y la absorción de las zonas rusófonas?. De ser así, va
camino de convertirse en una jugada maestra, un poco tosca, pero maestra).
-
Putin es un imperialista ruso (se le nota su educación
soviética y de dónde viene), no es un “euroasianista”. Putin ha convertido
Kazajstán y Bielorrusia en Estados satélites de Moscú y quería hacer lo mismo
con Ucrania. Putin no cree en un bloque Euroasiático que se extienda desde
Lisboa a Vladivostok, un bloque de naciones libres pero con identidad y
objetivos comunes. No es de los nuestros, aunque nos pueda agradar algo de su
política (¿Acaso no nos agradan algunos aspectos de la política americana?).
Putin no ve
más allá de sus narices, como los alemanes durante la II Guerra Mundial no
vieron más allá de las suyas (por cierto, los alemanes empezaron a cagarla precisamente
en Ucrania). Ya dijo Thiriart que “el
Kremlin jamás había intentado una política de seducción hacia Europa”, y
aunque el filósofo belga lo hizo en otro contexto, esto no parece haber
cambiado. Al fin y al cabo en el Kremlin mandan los mismos de entonces. El
propio Thiriart –por si alguien no lo recuerda- ya advirtió que el proyecto
euroasiático no podría basarse en el sometimiento de unas naciones europeas a
otras. Eso ya lo hizo el III Reich y fue una de las causas de su fracaso. Sinceramente,
no sé dónde ven algunos que la Rusia putiniana pretenda “unificar” a los
pueblos europeos. Bueno sí, pretende unificarlos bajo la bota rusa.
Desde su
derrota en la Guerra de Crimea (1853-56) Rusia ha dejado de mirar a Europa.
Puede que esto se deba, como dicen algunos, a que de Europa sólo le han venido
invasiones: los caballeros teutónicos, los polacos, lituanos, prusianos,
franceses, alemanes. O puede que se deba a que los ejércitos rusos han fracasado
prácticamente en casi todas sus guerras contra las potencias occidentales (no
olvidemos que difícilmente la URSS hubiese podido derrotar a los ejércitos del
Reich en la II Guerra Mundial si no hubiese sido precisamente por el “General
Invierno”, por la ayuda económica y material de EEUU y Reino Unido, y por el
envío al frente de millones de asiáticos como carne de cañón).
Estos son datos objetivos, no opiniones, ni manipulaciones occidentalistas.
Normalmente, quien conoce esto deja de tener esa visión idílica de Rusia y deja
de ver a Putin como una especie de mesías de Leningrado.
EEUU parece comenzar una etapa de aislacionismo y querer dejar de ser el
guardián del Universo. Rusia quiere aprovecharlo para crear su propio bloque
geopolítico. Putin podría lograrlo si levantara la cabeza y mirara más acá de
las estepas. Europa, de hecho, espera a Rusia. Pero no son los comunistas, ni
los conservadores, ni los liberales, ni los socialdemócratas los que creen en
ese posible Eje euroasiático. Somos nosotros, los nacionalistas y los
nacional-revolucionarios europeos los que creemos en él. Pero Putin está a
otras cosas, y me temo que es incapaz de superar sus complejos anti-europeos y
su chovinista nacionalismo decimonónico. Si no, nos apoyaría, no nos
denunciaría como un peligro, y además dejaría de entrometerse en las cuestiones
nacionales de los países de su entorno.
Hablando de chovinismo. Es de un cinismo supremo acusar a los nacionalistas
ucranianos de ser chovinistas (salvo por las medidas contra el idioma ruso, ya
rectificadas por el gobierno interino) y de carecer de falta de miras por haber
montado una Revolución, cuando es Rusia la que sigue anclada en el siglo XIX
con unas ansias imperialistas propias de otra época. En Bielorrusia coló, en
Kazajstán también, en Georgia costó. Pero en Ucrania el imperialismo neosoviético
ha tocado en hueso.
La situación de Ucrania no es nueva. Desde la independencia de la URSS la oligarquía
postcomunista (como en Rusia) ha seguido controlando el país a su antojo, o al
menos lo ha intentado. Durante estas dos décadas se ha producido un
enfrentamiento soterrado entre la Ucrania pro-rusa y excomunista y la Ucrania
anti-rusa y anticomunista, que sólo era cuestión de tiempo que estallara.
Recordemos la famosa Revolución Naranja de Noviembre de 2004, cuyo detonante
fueron unas elecciones amañadas por el sector pro-ruso que daban la victoria a
Yanukóvich. Hasta dos veces se tuvieron que repetir las elecciones. Finalmente venció
el candidato pro-occidental, Víktor Yúschencko, que durante la nueva campaña electoral
fue misteriosamente envenenado con dioxina (al más puro estilo KGB) por agentes
pro-rusos de los propios servicios secretos ucranianos. Los pro-rusos sólo
aceptaron su derrota a cambio de que se restara poderes al Presidente en favor
de la Rada (Parlamento). Yúschenko tuvo como Primera Ministra a Yulia
Timoshenko, pero ambos acabaron enfrentados y, después de un largo proceso, en
2011 ella acabó en la cárcel acusada de corrupción y abuso de poder, tras unos
tejemanejes extraños relacionados, precisamente, con el gas ruso.
En las nuevas elecciones de 2010 venció el Partido de las Regiones de Víktor
Yanukóvich. Éste es un partido pro-ruso, sin ideología definida (como la Rusia
Unida de Putin y Medvedev), pero constituido por buena parte de la casta
política de época soviética. El propio Yanukóvich fue miembro del PCUS (de
hecho, tras su huida de Kiev fue recibido en el Este del país con todo tipo de
parafernalia soviética). Sin embargo, pese a ser pro-ruso, se ganó el apoyo de
muchos ucranianos por mantener un cierto discurso europeísta y prometer la
firma de un acuerdo comercial con la UE. Pero desde su llegada al poder
Yanukóvich demostró ser un déspota que no tenía ninguna intención de cumplir
sus promesas. Para empezar, el Partido de las Regiones fue acusado de utilizar
el Berkut durante las votaciones como milicias dedicadas a coaccionar a la
población de las zonas rurales para que votaran a Yanukóvich. El mismo Berkut
es quien ha fusilado con sus AK47 y sus francotiradores a los rebeldes
ucranianos en Kiev, recibiendo, sin duda, órdenes del postcomunista y
reconocido antifascista Yanukóvich.
Una vez en la Presidencia la primera medida de Yanukóvich fue saltarse los
acuerdos por los que Ucrania arrendaba a Rusia la base de Sebastopol en la
Península de Crimea. El trato original consistía en un alquiler por veinte años
que se cumplía en 2017 y era prorrogable cada cinco años. Yanukóvich no esperó
a esa fecha, y aludiendo presiones rusas y amenazas de subidas del precio del
gas, accedió a ampliar el trato ¡¡hasta 2042!!. Acto seguido cambió la
constitución, auto-otorgándose mayores poderes. Finalmente, en 2013, pese a lo
prometido en campaña, se negó a firmar el acuerdo comercial con la UE. Detrás
de todo estaba Rusia. La UE había ofrecido a Ucrania 1000 millones de € por el
acuerdo; Rusia contraatacó ofreciendo a Yanukóvich 12000 millones.
Gran parte del pueblo ucraniano se sentía engañado y, una vez más,
amenazado de caer en la órbita de Moscú. Se echó a la calle en manifestaciones
pacíficas, que fueron durísimamente reprimidas por el gobierno pro-ruso.
Comenzaron las denuncias al Berkut de brutalidad policial, secuestro, torturas,
incluso de ser responsable de la muerte de varios civiles cuyos cadáveres
aparecieron a las afueras de Kiev. Comenzaron algunos actos de violencia por
parte de la población (derribo de estatuas de época soviética). La respuesta
fue inmediata. A mediados de Enero de 2014 el gobierno se quitó la máscara de
“demócrata” y aprobó una serie de leyes profundamente represivas que de facto transformaban Ucrania en una
dictadura. Según estas leyes, incluso una persona podía ser condenada por un
tribunal sin haber estado presente en el juicio (el nervio soviético afloraba).
Las leyes sólo tuvieron el apoyo de los dos partidos pro-rusos de la Rada, el
Partido de las Regiones y el Partido Comunista de Ucrania – PCU (sí, los
comunistas de Ucrania son pro-rusos, y su nido de votos se encuentra casi de
forma exclusiva en el Este del país). Lo que vino después todos lo conocemos.
Bueno, conocemos casi todo. Pocos saben que a comienzos de año el PCU empezó a
organizar a sus propias milicias armadas y que éstas han participado en la
represión -de mano de la policía- de las manifestaciones de Kiev. Hay quienes
les señalan como responsables de la muerte de varios militantes nacionalistas
más allá de las barricadas de Maidan (hay imágenes en internet de ello).
Pero no olvidemos la ciertamente triste relación histórica entre Rusia y
Ucrania. Rusos y ucranianos son hermanos, pero jamás los ucranianos se han
considerado rusos, pues su historia ha sido ciertamente dispareja desde hace
siglos. La génesis política ucraniana viene marcada por tres momentos
históricos: el Rus de Kiev, el Hetmanato cosaco de Zaporozhia y la pertenencia a
la República de las Dos Naciones (Polonia-Lituania). De estos momentos, sólo el
Rus de Kiev es compartido con los rusos (que son los que lo han conservado como
etnónimo).
Pero es que cuando esa Historia ha sido común, ha estado marcada por el
enfrentamiento y el sometimiento de los segundos. El recuerdo de la Guerra
Civil Rusa, la invasión soviética y el Holodomor (el mayor genocidio de la
Historia), están muy presentes entre la población ucraniana. Hace unas semanas,
casualmente vi un documental emitido por la rusa RT sobre el Holodomor.
Independientemente de la tesis mantenida por el mismo (niega que las grandes
hambrunas tuvieran un carácter de genocidio y pone en duda la cifra total de
muertos), la conclusión final del documental es terrible (y cierta): si las
nuevas generaciones de ucranianos son educados en el Holodomor, éstos acabarán
odiando a los rusos. Pero la Rusia de Putin no ayuda mucho a que esto no
sea así.
Después de todo esto, ¿cómo va a interpretar el pueblo ucraniano un
“acercamiento” de Ucrania a Rusia?. Pues como una neocolonización. En España,
no dudo que el día que el sultán moruno nos reclame las tierras al sur del
Tajo, los españoles aplaudiremos. Pero Ucrania no puede ver con buenos ojos las
intromisiones moscovitas.
Putin se está equivocando. La táctica de “reconquistar” territorios
poblados por rusos, así como la de colocar a presidentes títeres en otros países
(a Ucrania le tocó el archicorrupto Yanukóvich) es ciertamente una extraña
manera de salvar a Europa y de crear un bloque geopolítico que haga frente al
atlantismo. Putin no quiere liberar a los pueblos europeos, quiere ser él el
que los someta, empezando por los que tiene cerquita.
A Europa ya la “liberaron” los alemanes, y los americanos. Europa no necesita
volver a ser “liberada” por los rusos. Necesita unirse.
Para ir terminado, un par de reflexiones más, pues hay posturas que no
acabo de comprender:
-
Si lógicamente nos ponemos exquisitos con la legalidad
cada vez que EEUU o Israel se saltan el derecho internacional, rompen los
acuerdos firmados, o incumplen las resoluciones aprobadas por la ONU… ¿Por qué santas
razones algunos no hacen lo propio cuando es Rusia quien invade un país?. Saltarse
una de las normas fundamentales de la Convención de Ginebra, al invadir un país
con tropas sin identificar es inaceptable y grotesco. La excusa (proteger a la
población rusa) es falsa, pues no ha habido ni un solo muerto (en cambio hay
casi 200 ucranianos desaparecidos en el último mes). Pero es que además, no
estamos hablando de EEUU invadiendo un país asiático. Estamos hablando de un
país europeo invadiendo a otro país europeo. Como nacionalista europeo esto me
parece mucho más grave y preocupante. La comunidad internacional (incluida
Rusia) prometió respetar las fronteras de Ucrania, a cambio de que ésta
entregara todo su arsenal nuclear en el año 1997. Ucrania ahora ha sido
traicionada y llora haber entregado esas armas.
-
Hay además quien se atreve a enfangarse en debates
sobre derechos históricos. Hay quien dice alegremente que Crimea y el Este de
Ucrania son Rusia, pues están poblados en una mayoría de población rusa. Pero
entonces, ¿Kosovo es Albania?. Habrá que recordárselo a esos chetniks serbios
que han desembarcado en Sebastopol hace unos días ¡Cómo si no tuvieran bastante
que hacer al sur de Prístina!. Y siguiendo con la analogía, ¿Melilla es
Marruecos?, ¿Marsella es Argelia?. Y no olvidemos que si Crimea es rusa desde
hace apenas 200 años (una mierda de tiempo), cuando, por cierto, un español
José de Ribas, la conquistó para la zarina Catalina la Grande (una europeísta),
Gibraltar es británico desde hace 300. Y Crimea es de mayoría rusa por la
política de deportaciones stalinistas, si no, sería de mayoría tártara.
Pero todo esta argumentación historicista es ridícula, y puede acabar en
debate bizantino.
En definitiva, de todo esto se desprende que “el enemigo de mi enemigo no
siempre es mi amigo”, el enemigo de mi enemigo defiende SUS intereses, no los
míos. Putin defiende SUS intereses, como lo hizo en Siria. Pero Europa no
necesita otro guardia de la porra. No necesita cambiar los revólveres de un
sheriff del Far West, por los de otro del Far East. Quizá la salvación de
Europa vaya a venir del Este, sí, pero no tanto de Moscovia, sino del Rus de
Kiev y de otros países del antiguo bloque oriental.
2 comentarios:
Buen 'articulo' mas de unos cuantos aduladores de Vladimir Putin, deberían leerse esto y concienciarse sin tanta fantasia infantiloide de que el mesias de Europa esta en el kremlin.
De 'hecho' muchos nacionalistas rusos y de los países bálticos, se han solidarizado con el ultrajado pueblo ucraniano, solo parece ser que los patriotas de la Europa occidental apoyan a su Superhéroe Putin, en fin..
Ni Rusia ni union europea, Ukrania libre, social y nacional
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