lunes, 4 de marzo de 2013

Madrid con Aaron Dugmore



Aaron Dugmore, 9 años. Este es el caso de un niño que decidió suicidarse porque no aguantaba la presión racista que ejercían los compañeros asiáticos en su colegio de Birmingham. Esto no es manipulación, es la cruel realidad. No solo eso, es un hecho que nos puede pasar a cualquiera. Aaron era un niño cualquiera, como pueden serlo nuestros hermanos, primos, vecinos, hijos… Un niño europeo, que iba al colegio, trataba de divertirse como cualquiera de nuestros niños, y al que seguramente le costaba irse a la cama sin que sus padres le riñeran por jugar un poco más. Probablemente le gustasen los coches, los dinosaurios, las chucherías, los animales, el fútbol…, y probablemente también fantasease con lo que sería de mayor, con cómo quería que fuese su vida, si sería veterinario, futbolista, presidente, astronauta…  con un futuro que jamás tendrá. Puede que le gustase una niña, de la que no sabía cómo llamar su atención de otra forma que no fuera metiéndose con ella o tirándole de la coleta. Aquella niña a la que nunca podrá confesar que le gustaba. Y puede ser, que también estuviera ahorrando moneda a moneda para comprarse una bici nueva; una bici que jamás tendrá. Sus padres ya no tendrán que pensar en cuándo se independizará, si irá a la Universidad, si le harán daño, si llorará, si tendrá cuidado cuando sea adolescente y salga. Ya no tienen que preocuparse de nada porque la corta vida de Aaron ha terminado. Su habitación está vacía y siempre lo estará. Su fragilidad de niño no pudo soportar amenaza tras amenaza, insulto tras insulto, desprecio tras desprecio. Porque era un niño, que solo pensaba en jugar, en ser feliz, en tener amigos. Pero le han arrebatado su infancia. En los recreos, en los que seguramente él quería jugar con sus amigos, tenía que esconderse, ya que la minoría no tan minoritaria convertida en mayoría, de origen asiático no ha parado de acosarle, perseguirle y atormentarle por ser europeo. Le han hecho sentir culpable por ser quien era, por encontrarse en su país, en su ciudad. Le han hecho culpable de no ser inmigrante, como si el serlo fuera el único pasaporte para ser feliz. Aaron era un niño, asesinado por la intolerancia. Todos podemos ser víctimas de esto. Vivimos en ciudades, pueblos, donde vemos cómo cada día conocemos a menos y desconocemos a más. Donde las personas mayores ya no miran con complicidad, con bondad; sus miradas se han convertido en desconfianza. Ciudades, barrios, donde en muchos casos llegamos al 70% de inmigración. Andamos por calles, nuestras calles, donde una cierta mirada de hostilidad nos quiere hacer recordar que ya no son nuestras, que no somos bien recibidos, que somos extraños en tierra extraña. Donde el olor a comida casera se entremezcla con especias venidas del lejano oriente. Donde la identidad se pierde con el extranjero. Porque la historia de Aaron no es más que el resultado trágico de lo que se viene gestando en la Europa de la multiculturalidad. Porque políticos corruptos y ricachones sin escrúpulos no quieren que ésta noticia sea más que un pie de página del caso Bárcenas y la crisis de la economía ¿No merece acaso la relevancia que supone en sí mismo el valor de la vida de un niño? Este suceso necesita ser acallado por los inspectores del Pensamiento Único. Políticos, multimillonarios, capitalistas… Son los primeros beneficiados de que la muerte del pequeño Aaron no se recuerde. Porque su muerte responde a las causas de lo que a esos políticos y banqueros les llena sus bolsillos. Porque la muerte de Aaron es un asesinato.
Tratan de centrarnos en la crisis económica, pero más que eso, por debajo de todo aquello con lo que nos bombardean día a día, se encuentra algo mucho más importante: La crisis de valores. Nos hablan de respeto, de igualdad, de fraternidad, de libertad. Pero todo eso no es más que teatro. Todo ello, son los ingredientes necesarios para camuflar los verdaderos fines que rigen el mundo. Porque sin multiculturalidad no es posible el capitalismo. Pretenden establecer las bases necesarias en nuestra moral para convertirnos en esclavos, para que cuando nos abofeteen pongamos la otra mejilla. Los que vinieron en busca de trabajo, a los que supuestamente explotábamos se han convertido en los amos que en un futuro no muy lejano serán nuestros dueños. Y no solamente tendremos que trabajar por y para sus negocios, si no que, en pos de la igualdad y la tolerancia, tendremos que exterminar nuestra cultura y costumbres de raíz para permitir que las minorías se trasformen en mayoría absoluta, tirana y dominante. Porque para el Pensamiento Único el racismo solo es el que ejerce el pueblo europeo contra los demás, y su verdadera victoria es el introducir esa idea en nosotros. Porque así nuestras gentes se vuelven sumisas, se callan frente a las injusticias pensando que el buen comportamiento es el dar de sí todo sin recibir nada a cambio, y esa es la penitencia a pagar por ser culpables. Porque somos culpables de ser blancos.
¿Vamos a permitir que este hecho tan doloroso se convierta en habitual? ¿Tenemos que permitir el genocidio de Europa? Tenemos que abrir los ojos y ver que todo aquello que nos rodea se está convirtiendo en nuestra propia tumba y nosotros mismos somos los que cavamos tan terrible fosa. Este homenaje no atiende a ningún acto interesado, este homenaje brota del corazón. Es un grito desgarrador de rabia ante la injusticia. Es el momento de decir basta. Basta ya de ser siervos de la usura y esclavos de la decadencia. Porque somos quienes somos, y el sentirnos orgullosos no es un delito, es lo que debemos hacer, ya que si nos olvidamos a nosotros mismos ¿cómo podremos seguir caminando sin el lastre de las cadenas de la artificialidad? Si queremos ser libres debemos ser críticos, pensar por nosotros mismos y deshacernos de todo lo que tratan de insertarnos de serie en nuestra moral. Porque hoy le han robado la vida a un niño, pero si nos quitan la infancia de nuestra identidad, si nos arrebatan y aniquilan lo más tierno y puro que tenemos, no habrá crisis económica que lamentar, porque entonces estará todo perdido.
Aaron, el brillo de tu sonrisa nos ilumina como una estrella. Aunque has sonreído poco tiempo, para nosotros será eterno. Ya te has convertido en supernova, ahora todo tu resplandor centellea sobre el universo, y tu sonrisa y su brillo estarán de forma perpetua, como tus ojos… por tiempo infinito.

No hay comentarios: