"Adhesión a su tierra, a su herencia, a su identidad como motores del dinamismo histórico. El arraigo se opone al cosmopolitismo, a los mestizajes culturales y al caos étnico de la civilización actual. El arraigo, para un europeo, no supone jamás inmovilismo o dejadez. Vincula la herencia de los ancestros y la creación. El arraigo no debe entenderse de manera museográfica. El arraigo en la preservación de las raíces, en la conciencia de que el árbol debe seguir creciendo. Las raíces están vivas: producen y permiten el crecimiento del árbol. El arraigo se lleva a cabo ante todo en la fidelidad a unos valores y a una sangre. El tipo más peligroso de arraigo –o de pseudoarraigo– se manifiesta en los medios regionalistas y autonomistas de izquierda, en Occitania, en el País Vasco y en Bretaña, por ejemplo, que reivindican a la vez una excepción lingüística y cultural, pero que se entregan al modelo multirracial. Según la letanía estupefaciente tantas veces oída: “nuestros inmigrantes son también bretones, vascos u occitanos”. La contradicción es total: se opone en nombre de las “tradiciones” al jacobinismo reductor pero se admite sobre su suelo a los extraños a sus tradiciones impuestos por el propio universalismo jacobino. El arraigo, si se limita a la cultura sólo es folclore inútil. Debe imperativamente incluir una dimensión étnica. El arraigo estrictamente cultural es necesario, pero insuficiente. Para los europeos del porvenir, el arraigo no debe reducirse a la adhesión y a la defensa de las patrias carnales regionales sino a llevar a cabo una revolución interior: la toma de conciencia de una comunidad histórica de destino, Europa".
Guillaume Faye
"Porquoi nous combatons", pp.113-4.
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