jueves, 31 de octubre de 2013

El futuro pertenece a los rebeldes

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“La mundialización no es sólo global, sino también instantánea. Al igual que la información, los mercados financieros funcionan en “tiempo cero”: se saltan las fronteras y declaran abolida la duración. El tiempo mundial es el presente único que sustituye al pasado y al futuro. Las identidades colectivas y las especificidades culturales se convierten así en otros tantos obstáculos que hay que erradicar. La primera consecuencia de la mundialización es, pues, la homogeneización creciente de los modos de vida. Por todas partes vemos los mismos productos, los mismos espectáculos, las mismas construcciones arquitectónicas, los mismos mensajes publicitarios, las mismas marcas. La mundialización generaliza el reino de lo Mismo.”
“La lógica del mercado, la lógica del intercambio comercial, alinea todos los valores sobre el valor mercantil, es decir, sobre el precio. Reduce el sentido de esos valores a su exclusiva dimensión económica. Considera secundario o inexistente todo lo que no pertenece al orden del cálculo. La inmigración y la ecología son dos terrenos donde está lógica ha hecho estragos de forma particular. La destrucción del medio natural es el resultado de una sed de beneficio inmediato, sin tener en cuenta las incidencias a largo plazo. Y la inmigración se ha convertido en un problema porque antes fue contemplada como una solución.”
“Mientras la propia población se va haciendo cada vez más heterogénea, se asiste por todas partes a un crecimiento de las desigualdades ya no sólo intercategoriales, sino también intracategoriales. Los antiguos contratos sociales (reglamentación del mercado del trabajo y del gasto público) se ven progresivamente cuestionados en provecho de un modelo caracterizado por la precarización del empleo, la externalización de numerosas actividades, la pulverización de las identidades sociales y profesionales y la desaparición de las antiguas solidaridades. La vieja clase obrera, que peleaba en una sociedad donde todavía se hallaba integrada en su nivel, ha sido reemplazada por la clase de los parados, que queda simplemente excluida.”
“Las nuevas desigualdades no son solamente económicas, sino que atestiguan la existencia de modos divergentes de estar en el mundo. La sociedad global es ya una sociedad a dos velocidades, donde una fosa creciente separa a la parte de la población que se adapta sin problemas a las exigencias de la mundialización (los “conectados”) de la otra parte, la que a duras penas puede seguir el ritmo y acumula su retraso(los “no-conectados”). Esta fractura separa a los países entre sí, pero también atraviesa el interior de todos los países. Así se establece una “hiperclase” dueña del mercado de la información y de los movimientos financieros, dueña del mundo transnacional de las redes, cuyos miembros no son ni los empresarios creadores de empleo y de riqueza, ni los protagonistas de la antigua lucha de clases, sino individuos y grupos con fuerte activo financiero, que detentan el saber y controlan el ocio, que viven indiferentemente aquí o allá sin abandonar nunca su universo de nómadas planetarios, y que no sienten el menor interés por dirigir los asuntos públicos, pues saben muy bien que no es ahí donde se toman las decisiones.”
“La invasión de la vida cotidiana por la tecnología modifica los modos de pensamiento favoreciendo el desarrollo de una mentalidad tecnomorfa, que reduce la complejidad de los problemas a su solución técnica. Por último, al permitir que cada individuo reúna masas cada vez más considerables de datos actualizables en todo momento, las nuevas tecnologías crean también nuevas formas de control social. En muchos aspectos, estamos evolucionando hacia una sociedad de vigilancia generalizada.”
“La modernidad tardía ha transformado a los ciudadanos en espectadores-consumidores. La Nueva Clase, donde se reagrupan los funcionarios de la ideología dominante, alardea de visibilidad e incluso de transparencia –todo se puede debatir, al menos teóricamente-, pero practica el camuflaje y recurre al secreto para preservar sus ventajas frente a un pueblo considerado como imprevisible y peligroso.”
“La ideología dominante es la ideología de la mercancía, sazonada con un discurso humanitario. La mundialización surge bajo el horizonte neoliberal de una doble polaridad de la moral y de la economía. En un lado, la referencia a los derechos humanos; en el otro, la obsesión por el productivismo, el crecimiento y el lucro. La primera sirve a la segunda. La retórica de los derechos humanos no tiene más objetivo que romper las resistencias a la mundialización y permitir la apertura de nuevos mercados: nunca se despliega con tanto vigor como contra aquellos que osan manifestar alguna resistencia a los proyectos de gobierno global, oponerse aunque sea un poco al occidentalismo y al mundialismo.”
“El pensamiento único es cada vez más único y cada vez menos un pensamiento. Su doble cimiento, ideológico y tecnomórfico, le lleva a no tolerar cuanto aún se expresa fuera de sus esquemas. No se dirige contra las ideas que considera falsas, lo cual exigiría saber refutarlas, sino contra las ideas que juzga “malas”. Esencialmente declamatorio e inquisitorial, el pensamiento único elimina las zonas de resistencia mediante una estrategia indirecta: marginación, espiral de silencio, difamación. Retomado por los adeptos de una anacrónica “vigilancia”, se alimenta a la vez de indignaciones rituales y de hipermoralismo, de renuncia a crear y de furor de encontrarlo todo sospechoso. La ‘fabricación’ de la verdad prohíbe legalmente decir ciertas cosas e incluso ordena no concebirlas, mientras neutraliza las otras ahogándolas en el oleaje relativista de las opiniones. La percepción de la realidad queda alterada, la frontera entre el mundo real y el mundo de la representación se difumina, el clima de mentira generaliza la sospecha y desemboca en la despolitización general y en un conformismo masivo, a la vez necesidad vital y premio de consolación de los individuos perdidos en la masa.”
“El librecambio es a la vez el principal motor de la creación de riquezas y el principal destructor de instituciones tradicionales, de formas culturales y de identidades colectivas. El juicio que sobre él formulemos dependerá de cuáles son nuestras prioridades. ¿Es la modernidad occidental el horizonte insuperable y la suerte última de la humanidad? ¿Las fuerzas productivas deben crecer indefinidamente? ¿Y qué pasará si siguen haciéndolo al mismo ritmo? ¿Estamos dispuestos, no ya a cambiar la naturaleza, sino a cambiar de modo de vida para salvaguardar la naturaleza? Estas son sólo algunas de las preguntas que bien pronto tendremos que plantearnos. Se trata de rehacer unas sociedades que ya no estén desposeídas de sí mismas, es decir, sociedades más autónomas, más libres, más auténticamente creadoras, en las que cada cual pueda participar concretamente en los asuntos comunes. Y no llegaremos a ellas con invocaciones al pasado o acampando sobre ruinas. El primer precio que habremos de pagar por la libertad es la destrucción de lo económico como valor central de una sociedad que no puede quedar reducida a un mercado. ¿Quién lo quiere? ¿Quién está dispuesto a aceptar las consecuencias?”

Alain de Benoist

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