“La mundialización no es sólo global, sino también instantánea.
Al igual que la información, los mercados financieros funcionan en
“tiempo cero”: se saltan las fronteras y declaran abolida la duración.
El tiempo mundial es el presente único que sustituye al pasado y al
futuro. Las identidades colectivas y las especificidades culturales se convierten así en otros tantos obstáculos que hay que erradicar. La primera consecuencia de la mundialización es, pues, la homogeneización creciente de los modos de vida.
Por todas partes vemos los mismos productos, los mismos espectáculos,
las mismas construcciones arquitectónicas, los mismos mensajes
publicitarios, las mismas marcas. La mundialización generaliza el reino
de lo Mismo.”
“La lógica del mercado, la lógica del intercambio comercial, alinea todos los valores sobre el valor mercantil, es decir, sobre el precio. Reduce
el sentido de esos valores a su exclusiva dimensión económica.
Considera secundario o inexistente todo lo que no pertenece al orden del
cálculo. La inmigración y la ecología son dos terrenos donde
está lógica ha hecho estragos de forma particular. La destrucción del
medio natural es el resultado de una sed de beneficio inmediato, sin
tener en cuenta las incidencias a largo plazo. Y la inmigración se ha
convertido en un problema porque antes fue contemplada como una
solución.”
“Mientras la propia población se va haciendo cada
vez más heterogénea, se asiste por todas partes a un crecimiento de las
desigualdades ya no sólo intercategoriales, sino también
intracategoriales. Los antiguos contratos sociales (reglamentación del
mercado del trabajo y del gasto público) se ven progresivamente
cuestionados en provecho de un modelo caracterizado por la precarización
del empleo, la externalización de numerosas actividades, la
pulverización de las identidades sociales y profesionales y la
desaparición de las antiguas solidaridades. La vieja clase
obrera, que peleaba en una sociedad donde todavía se hallaba integrada
en su nivel, ha sido reemplazada por la clase de los parados, que queda
simplemente excluida.”
“Las nuevas desigualdades no son solamente
económicas, sino que atestiguan la existencia de modos divergentes de
estar en el mundo. La sociedad global es ya una sociedad a dos
velocidades, donde una fosa creciente separa a la parte de la población
que se adapta sin problemas a las exigencias de la mundialización (los
“conectados”) de la otra parte, la que a duras penas puede seguir el
ritmo y acumula su retraso(los “no-conectados”). Esta fractura separa a
los países entre sí, pero también atraviesa el interior de todos los
países. Así se establece una “hiperclase” dueña del mercado de la
información y de los movimientos financieros, dueña del mundo
transnacional de las redes, cuyos miembros no son ni los empresarios
creadores de empleo y de riqueza, ni los protagonistas de la antigua
lucha de clases, sino individuos y grupos con fuerte activo
financiero, que detentan el saber y controlan el ocio, que viven
indiferentemente aquí o allá sin abandonar nunca su universo de nómadas
planetarios, y que no sienten el menor interés por dirigir los asuntos
públicos, pues saben muy bien que no es ahí donde se toman las
decisiones.”
“La invasión de la vida cotidiana por la tecnología
modifica los modos de pensamiento favoreciendo el desarrollo de una
mentalidad tecnomorfa, que reduce la complejidad de los problemas a su
solución técnica. Por último, al permitir que cada individuo reúna masas
cada vez más considerables de datos actualizables en todo momento, las
nuevas tecnologías crean también nuevas formas de control social. En
muchos aspectos, estamos evolucionando hacia una sociedad de vigilancia generalizada.”
“La modernidad tardía ha transformado a los
ciudadanos en espectadores-consumidores. La Nueva Clase, donde se
reagrupan los funcionarios de la ideología dominante, alardea de
visibilidad e incluso de transparencia –todo se puede debatir, al menos
teóricamente-, pero practica el camuflaje y recurre al secreto para
preservar sus ventajas frente a un pueblo considerado como imprevisible y
peligroso.”
“La ideología dominante es la ideología de la
mercancía, sazonada con un discurso humanitario. La mundialización surge
bajo el horizonte neoliberal de una doble polaridad de la moral y de la
economía. En un lado, la referencia a los derechos humanos; en el otro,
la obsesión por el productivismo, el crecimiento y el lucro. La primera
sirve a la segunda. La retórica de los derechos humanos no
tiene más objetivo que romper las resistencias a la mundialización y
permitir la apertura de nuevos mercados: nunca se despliega con tanto
vigor como contra aquellos que osan manifestar alguna resistencia a los
proyectos de gobierno global, oponerse aunque sea un poco al
occidentalismo y al mundialismo.”
“El pensamiento único es cada vez más único
y cada vez menos un pensamiento. Su doble cimiento, ideológico y
tecnomórfico, le lleva a no tolerar cuanto aún se expresa fuera de sus
esquemas. No se dirige contra las ideas que considera falsas, lo cual
exigiría saber refutarlas, sino contra las ideas que juzga “malas”.
Esencialmente declamatorio e inquisitorial, el pensamiento único elimina
las zonas de resistencia mediante una estrategia indirecta:
marginación, espiral de silencio, difamación. Retomado por los adeptos
de una anacrónica “vigilancia”, se alimenta a la vez de indignaciones
rituales y de hipermoralismo, de renuncia a crear y de furor de
encontrarlo todo sospechoso. La ‘fabricación’ de la verdad prohíbe
legalmente decir ciertas cosas e incluso ordena no concebirlas, mientras
neutraliza las otras ahogándolas en el oleaje relativista de las
opiniones. La percepción de la realidad queda alterada, la frontera
entre el mundo real y el mundo de la representación se difumina, el
clima de mentira generaliza la sospecha y desemboca en la
despolitización general y en un conformismo masivo, a la vez necesidad
vital y premio de consolación de los individuos perdidos en la masa.”
“El librecambio es a la vez el principal motor de
la creación de riquezas y el principal destructor de instituciones
tradicionales, de formas culturales y de identidades colectivas. El
juicio que sobre él formulemos dependerá de cuáles son nuestras
prioridades. ¿Es la modernidad occidental el horizonte insuperable y la
suerte última de la humanidad? ¿Las fuerzas productivas deben crecer
indefinidamente? ¿Y qué pasará si siguen haciéndolo al mismo ritmo? ¿Estamos dispuestos, no ya a cambiar la naturaleza, sino a cambiar de modo de vida para salvaguardar la naturaleza?
Estas son sólo algunas de las preguntas que bien pronto tendremos que
plantearnos. Se trata de rehacer unas sociedades que ya no estén
desposeídas de sí mismas, es decir, sociedades más autónomas, más
libres, más auténticamente creadoras, en las que cada cual pueda
participar concretamente en los asuntos comunes. Y no llegaremos a ellas
con invocaciones al pasado o acampando sobre ruinas. El primer precio
que habremos de pagar por la libertad es la destrucción de lo económico
como valor central de una sociedad que no puede quedar reducida a un
mercado. ¿Quién lo quiere? ¿Quién está dispuesto a aceptar las
consecuencias?”
Alain de Benoist
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