Por
tu amor por ti mismo y por esa indulgencia propasada que mira solo por
tí. Por tu fanfarrona docilidad frente a la lisonja y la adulación. Por
tu deseo de reconocimiento. Por tu gusto por la carrera y por la
excelencia. Por tu egoísmo, por la dudas que te suponen dividir tu pan, “cortarte
un brazo”, arriesgar el calor del hogar, o poner en peligro la
seguridad artificial de tu aparente estabilidad: esa seguridad de muerto
viviente que no se percata de que ya no vive.
El
primer enemigo eres tú. Por el temor a desconcertar, por el miedo de
ser marginado, por la baba que te sale de los labios ante la mínima
posibilidad de ser acogido y reconocido por el consenso de las momias
hablantes.
Con
tu adhesión a todos los clichés del pensamiento débil y de la crítica
cortés, de la política resbaladiza y del lenguaje banal. Tú eres la
globalización. Tú eres el asesino de Europa y del Tercer Mundo, tú eres
la renuncia. Y más lo eres cuanto más pretendes convencerte de lo
contrario; sin ahondar demasiado en el fondo ni autoexaminarte para
conocer la verdad.
La oposición real no es solo política o ideológica, es sobretodo un modo de ser.
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