No escribiré a la espada con runas
que supo imaginar el ciego
para la mano de Beowulf.
No será ésa mi espada de poética gloria.
La mía es una espada de rústico acero.
Para unas manos ásperas
y unos hombres anónimos.
La mía es la espada que he visto en un museo.
Solitaria, perdida y cruelmente ignorada.
Una espada hallada en las nieves lejanas.
De las altas montañas del último Sur.
Una espada española que no es nada sin hombres.
Porque no eran aquellas unas armas vistosas.
Sino anchas y fuertes como los caminantes.
Barbados, terribles, pero al mismo tiempo alegres.
Esa espada está ahora en la bodega
oscura del museo, oculta
quizá para siempre, porque
si algo se ha perdido
en esta edad de hierro
son precisamente
los hombres con espadas.
Los bajan cada día de los monumentos.
Escupen impunemente sobre sus pedestales.
Y nosotros, ocultos.
Como la espada española en la bodega.
Negamos mil veces el acero
por no volver a empuñar nuestro destino.
Juan Pablo Vitali
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