Cuando la noche del 15 de abril me
fue dada la dolorosa noticia de que Giovanni Gentile había sido
asesinado traicioneramente, la primera palabra que dije, tomado por una
profunda angustia, a quien estaba, lejano, al otro lado del teléfono,
fue: ¡No es posible, no es cierto! ¡No debería serlo! Pero el enemigo
había querido cometer una infamia sin nombre, había querido ensuciarse
con uno de los más oscuros delitos que la historia recuerda. El enemigo
no había vacilado al dar la orden de asesinar también a este italiano,
consciente de la permanente grandeza de la nación y convencido, desde el
primer día de la traición, de la necesidad de trabajar, con todas sus
fuerzas físicas y espirituales, para que el pueblo italiano se volviese
a poner en pie, y marchase de nuevo hacia su destino. Así, las manos
sacrílegas, que han golpeado hasta la muerte a Giovanni Gentile, han
privado a la Nación de uno de sus ciudadanos más fieles, a la cultura
italiana y europea de uno de sus más elevados representantes, a la
escuela de su más grande Maestro, al mundo de un filósofo, entre los más
profundos.
Cario Alberto Biggini (Filósofo, Ministro de Educación de la R.S.I.)
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