"¡Si; somos ambiciosos
porque no queremos codearnos con vuestra lana sucia, rebaño maloliente y
de color del cieno que ramonea por los senderos viejos de la tierra!…
Pero ambiciosos no es la palabra exacta. Somos más bien jóvenes
artilleros revoltosos, y mal de vuestro grado, habréis de
acostumbrar el tímpano al estrepito de nuestros cañones… Más todavía no
es esa la palabra. Buscad otra. ¿Qué es lo que decís? ¿Locos? ¡Ah, sí!
¡Esa es la palabra… la palabra que esperaba! ¡Qué hallazgo! Coged esa
palabra de oro macizo cuidadosamente, y encerradla en la más segura de
vuestras cuevas. ¡Vosotros aun podréis vivir con esa palabra entre las
manos y a flor de boca veinte siglos! Por lo que a mí respecta, os
advierto que el mundo está podrido de sensatez…
Por eso encarecemos hoy el
heroísmo metódico y diario, el placer de desesperarse para que vibre el
corazón, el hábito del entusiasmo, el amor al vértigo… (…)
¡Hace falta que los
hombres electricen cada día sus nervios por orgullo temerario!… ¡Hace
falta que los hombres jueguen su vida a un solo color sin espiar a los
banqueros tramposos ni comprobar el equilibrio de las ruletas, ciegos
sobre el tapete verde de la guerra y cobijados por la incierta lámpara
del sol!… ¡Hace falta –oídlo bien- que el alma lance al
cuerpo ardiendo, a modo de granada, contra el enemigo… el eterno enemigo
que habría que inventar si no existiera!…"
F.T. Marinetti
Matemos el claro de luna. 1909
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